Alejandra de Argos por Elena Cue

Vermeer fue un pintor lento. El espectador de sus cuadros no ve las pinceladas, ni siquiera de cerca, sólo los valores lumínicos. También percibe la calma de sus escenas y sus figuras abstraídas mientras escriben una carta, tocan un instrumento o contemplan un globo terráqueo. Salvo raras excepciones, nunca nos miran.

Vista de Delft - Vermeer

Vista de Delft, c.1660-1663, Mauritshuis, La Haya.

 

En el ángulo inferior derecho del marco de ébano una mínima cartela atornillada lleva una fecha inscrita: 1632-1675. En el lado izquierdo hay un nombre: Johannes Vermeer. Alzamos la vista por encima de la última “r”, y ahí está el pedazo de tierra sobre el muelle del cuadro Vista de Delft. Es un pequeño trozo de arena con unas mujeres que conversan, con sus cofias blancas y su cesta bajo el brazo. Una de ellas está vestida del amarillo y azul de La joven de la perla. El reflejo en el agua de la ciudad de Delft está en sombra. En un segundo plano, el sol de la mañana ilumina el campanario de la Iglesia Nueva, que aún no tiene las campanas que empezaron a montarse en mayo de 1660. En la Puerta de Schiedam el reloj marca las siete. Es Delft en esa primavera. Ese mismo rayo de luz alegra las fachadas de unas casas bajas. Debieron ser ellas con sus pinceladas en amarillo las que por el impacto de su belleza aceleraron la muerte de Bergotte, el personaje de Proust. El escritor francés trasladó su emoción en La prisionera (quinto volumen de En busca del tiempo perdido), al ver aquel pequeño paño de pared amarilla pintado por Vermeer. Quizás por eso, el último pensamiento de Bergotte antes de morir fuera el que nos traslada la punzada con la que Proust definía el Arte.

En diciembre de 2021, Taco Dibbits, director del Rijksmuseum de Amsterdam, había anunciado el acontecimiento de las últimas décadas: la reunión en la pinacoteca holandesa de la mayor selección de obras de Vermeer en la historia. Son 28 las que podemos admirar hoy en unas salas que se suceden tapizadas en azul y morado para acoger unos cuadros que son como pequeñas ventanas abiertas a otro mundo, el de la quietud, el silencio y el misterio de Vermeer.

En la primera sala nos reciben sus dos únicos cuadros de exterior:Vista de Delft y La callejuela.Días antes, La lechera, Ama y criada y La callejuela habían sido descolgadas de sus paredes para emprender un corto viaje en su soporte con ruedas hasta las  salas de la exposición. Pasaron así por delante de la Ronda de Noche de Rembrandt y por el Cisne amenazado de Jan Asselijn para ser colgadas junto a sus hermanas de pincel, los otros cuadros de Vermeer, que habían llegado de diferentes partes del mundo.

En las siguientes salas, y antes de acercarnos a los cuadros, sorprende el colorido de Vermeer: el azul ultramar y el amarillo de cadmio de los trajes de sus modelos y el brillo del blanco y negro de los suelos. Entonces imaginamos al pintor, hace 360 años, en el estudio del piso alto de su casa de Delft, moliendo en un mortero su tesoro en forma de polvo de colores. Allí tenía su taller con ventanas hacia el norte. Mientras, en el piso inferior, su mujer Catharina, que habría hecho de modelo para el último cuadro, atendería a los 15 hijos que tuvieron. Ella debió ser la inspiración constante de Vermeer. Vemos en los lienzos la evolución de su piel, su colorido y sus peinados. En alguno de ellos aparece vestida con la chaqueta amarilla ribeteada de armiño, que a la muerte del pintor aparecería entre los escasos enseres de su legado en la ruina.

 

Dama escribiendo una carta - Vermeer

Dama escribiendo una carta, c. 1665-1667, National Gallery of Art, Washington, D.C.

 

Vermeer fue un pintor lento. El espectador de sus cuadros no ve las pinceladas, ni siquiera de cerca, sólo los valores lumínicos. También percibe la calma de sus escenas y sus figuras abstraídas mientras escriben una carta, tocan un instrumento o contemplan un globo terráqueo. Salvo raras excepciones, nunca nos miran.

Detrás de una sala con obras tempranas, se abre otra de la que cuelga un solo cuadro, primero de una sucesión de escenas de la vida cotidiana: es Muchacha leyendo una carta (1657-1659). Una cortina verde en primer plano da acceso a la mirada hacia un cuarto en el que una joven lee una carta frente a la ventana. La luz  configura casi todo: la mano que sostiene la carta, el perfil y el pelo de la modelo, la fruta en el plato de Delft y los nudos de la alfombra turca que cubre la mesa, convertidos en una miríada de gotas luminosas. A través sus ventanas, Vermeer no nos muestra el cielo o un paisaje, ellas solo aportan la luz que el cuadro necesita. La sala celebra la nueva visión de esta obra. Hasta esta muestra, el fondo que conocíamos era una pared blanca; tras su restauración ha surgido el cuadro de un Cupido que también aparecerá en otros dos vermeeres (vídeo explicativo).
 

Muchacha leyendo una carta Vermeer

Muchacha leyendo una carta (1657-1659), Dresden, Gemäldegalerie Alte Meister, Staatliche.

 

Más adelante encontramos Muchacha con flauta (1664-1667) colgada junto a Mujer con sombrero rojo (1664-1667), ambas poco más grandes que la palma de nuestra mano. El sombrero rojo de piel de castor rompe el cuadro en una diagonal espesa y luminosa. Su belleza es desconcertante. También lo es el hilo de pintura blanco que Vermeer dejó caer sobre la cabeza del león que remata la silla y que se mezcla entre los ocres para recibir el golpe exacto de luz. Algo más arriba, tres puntos blancos sobre el rojo carmesí confieren el volumen al labio de su boca entreabierta. Y por debajo de ella, Vermeer pinta un brochazo blanco al que rebana cuatro láminas verticales de materia para formar las transparencias del cuello de una blusa de gasa fina. El pintor trabajaba por eliminación, adelgazando la pintura hasta lograr su objetivo.

 

Cuadros Vermeer

A la izquierda, Muchacha con sombrero rojo, c. 1665-1667, A la derecha, Muchacha con flauta, c. 1665-1670, ambas en la National Gallery of Art, Washington, D.C.

 

El ajuar doméstico que pinta es reconocible una y otra vez: muebles, cuadros,
 chaquetas de satén, baldosas de un rodapié… Tras una mirada más atenta apreciamos que los motivos de una ventana de cristal emplomado, las baldosas del suelo o el tamaños de mapas y cuadros, varían. Vermeer manipulaba el escenario, inventaba o añadía decoraciones y diseñaba su propio mundo pictórico.

El hechizo de esta exposición está, además, en los detalles: el hilo de diez perlas alineadas sobre la mesa rematado con un lazo amarillo en Mujer escribiendo  (1664-1667), el paisaje boscoso de la tapa del virginal en El concierto (1662-1664), las dos manos paralelas y suspendidas en el aire que sujetan el collar en Joven con collar de perlas (1662-1664), el cepillo en escorzo sobre la mesa con su mango de ébano y marfil señalado con una gota de luz en Joven con collar de perlas. ¿y las tachuelas de la silla en el primer plano?. Cada una tiene un punto blanco que marca el brillo al sol de la mañana.

Dama joven con collar de perlas Vermeer

Dama joven con collar de perlas, c. 1663-1664 Staatliche Museen su Berlín, Gemäldegalerie.

 

Ese mundo pictórico surgió de la interacción de varios componentes coordinados con exactitud: la inmovilidad comparable a una naturaleza muerta, el dominio de la perspectiva y, por encima de todo, su manera de reproducir la luz.

Para dominar la perspectiva se fijó en Pieter de Hook, que trabajó en Delft antes de trasladarse a Amsterdam. Al igual que otros pintores, De Hook la establecía utilizando un alfiler que clavaba en el centro del punto de fuga del cuadro, al cual ataba un cordel tizado con el que marcaba en la superficie los ángulos buscados. Vermeer utilizó este método en, al menos, 16 de sus obras.

Llegamos hasta La encajera, del Louvre, a la que el pintor sitúa tan cerca de nosotros que su encuadre resulta moderno y fotográfico. Los dos hilos y los bolillos entre sus manos se distinguen con nitidez, en cambio, los objetos del primer plano resultan borrosos y disueltos en puntos de luz. Pintar así presupone un acto de observación muy consciente y una profunda comprensión del proceso de la visión. Inevitablemente, este cuadro nos recuerda a La costurera que Velázquez pintó unos 20 años antes y esta similitud encadena en nuestra memoria la de otras imágenes entre ambos pintores: Vista del jardín de Villa Medici y La callejuela, Las meninas y El arte de la pintura, El aguador de Sevilla y La lechera y que Alejandro Vergara nos descubrió en su magnífico texto Afinidades en la pintura española y holandesa del siglo XVII

 

La encajera Vermeer

La encajera, c. 1669-1670, Museo del Louvre, París.

 

La construcción de formas en pintura no se hace con colores sino con luces. Vermeer percibió sus efectos con una precisión desconocida. Intuyó los colores producidos por ella (claros y oscuros, fríos y cálidos) y, también, las superficies y las formas de los objetos iluminados, sus reflejos, su enfoque. Nuestro contacto actual con fotografía moderna nos permite catalogar estas características como "fotográficas". Pero, ¿cómo  alcanzaría Vermeer esta técnica en el Delft de 1660?, ¿de dónde proceden su ciencia y su habilidad? La investigación que acompaña a esta exposición plantea la utilización de la cámara oscura por parte del pintor.

 

La lechera Vermeer

La lechera, c. 1658-1661, Rijksmuseum, Amsterdam.

 

Gregor J.M. Weber, comisario de la muestra, ha estudiado el lado católico de Vermeer y sostiene que la cercanía de la residencia de los jesuitas en la calle Oude Langendijk influyó en su vida y obra. Ellos debieron de tener una cámara oscura y, a través de ella, el pintor entraría en contacto con esta nueva forma de ver. ¿Cuántas y cuáles de sus decisiones artísticas determinaría? ¿Le influiría para toda una composición, para los escorzos o sólo para los efectos de luz? Parece ser que Vermeer no pintó sentado delante de una de ellas sino que tomó nota de su visión y su maestría le permitió trasladarlo al lienzo con rigor verídico.

En el siglo XVII, los logros en el campo de las artes y las ciencias se relacionaban a menudo con la religión. Los conocimientos científicos permitían comprender mejor el mundo visible y también revelaban el esplendor de la creación divina. Weber explica como en el cuadro Alegoría de la fe católica un tapiz a modo de cortina recogida a un lado, nos introduce en la escena. En él la figura de un paje que tira de un camello está hecha de puntos luminosos que convierten cada nudo en algo táctil. Sin embargo, el misterio del cuadro es la esfera de cristal que cuelga del techo de una cinta azul. Las ventanas y los colores más luminosos del cuarto se reflejan en ella. Vermeer no trata de pintar una vista en miniatura perfectamente distorsionada de él, sino, los reflejos de luz de ese interior. La emblemática jesuítica está impregnada de alusiones a Dios como luz. Quizás la bola, considerada un modelo del ojo humano capaz de ilustrar el proceso de la visión y es simultáneamente metáfora de Dios, representa aquí el vínculo entre los jesuitas, sus tratados científicos sobre óptica y el pintor de Delft.

Johannes Vermeer es un misterio. No tenemos cartas ni diarios ni podemos identificarle con seguridad en ningún retrato. Viajamos hasta Delft donde es fácil imaginarle paseando por la orilla de algún canal. El museo Prinsenhof nos presenta una visión de su vida y su ciudad en la exposición El Delft de Vermeer.

Criado como un niño protestante, se casa en 1653 con Catharina Bolnes en una iglesia católica clandestina de Schipluiden. No es seguro que se convirtiera al catolicismo para contraer matrimonio. En 1660, ya viven ambos con María Thins, suegra del pintor, en la calle Oude Langendick y son padres de tres de los quince niños que tuvieron. Vermeer vivió allí el resto de su vida y también allí pintó la mayor parte de sus cuadros. En la época en la que inicia su carrera, Delft era uno de los principales centros artísticos de la República Holandesa. Florecía su cerámica a la que Vermeer incluye en sus cuadros. Sin embargo, no pinta una sola flor, ni un solo tulipán en la obra de un artista que vivió en el país y los años posteriores a la tulipomanía.

En el Delft la segunda mitad del siglo XVII, existía una tupida red de personas interesadas por los descubrimientos en medicina, astronomía, matemáticas y óptica, también empezaron a utilizarse los telescopios y microscopios. El mundo del arte y la ciencia estaban estrechamente relacionados.

 

El geógrafo - Vermeer

El geógrafo, 1669, Städel Museum, Francfort del Meno.

 

Pero en aquel pujante Delft había fuertes desigualdades económicas. Entre los pobres había muchas mujeres cuyos maridos desaparecían meses sirviendo en el ejército de los Estados holandeses o en los barcos de la Compañía de las Indias Orientales. Afortunadamente para Vermeer, su suegra les proporcionó la seguridad económica de la que carecían muchos ciudadanos. Entre ellos, una tía de Vermeer que mantuvo a su familia tras la muerte de su marido vendiendo callos, compró en 1645 la casa del número 42 de Vlamingstraat que Vermeer pinta en La callejuela.

 

La callejuela - Vermeer

La callejuela, c. 1658-1661 Rijksmuseum Amsterdam.

 

En 1672 la República Holandesa fue atacada simultáneamente por Inglaterra y Francia y por los arzobispados de Colonia y Munich. En este "Año del desastre" la economía del país se desplomó y el mercado del arte se hundió. Esto afectó directamente a la economía de los Vermeer. El artista murió repentinamente a los 43 años. El 16 de diciembre de 1675, 14 portadores llevaron su féretro a la Oude Kerk. La campana de la iglesia tañió una sola vez. Vermeer fue enterrado en la sepultura familiar de su suegra. Para entonces, tres de sus hijos ya habían sido enterrados allí. En los registros, detrás del nombre de Vermeer, aparece la palabra: "incobrable". Catharina Bolnes, con once hijos, fue declarada en quiebra. Un inventario de sus bienes del 26 de febrero de 1676, ofrece una emocionante visión del mundo del pintor: dos caballetes, tres paletas, seis paneles y 10 lienzos.

Paseamos hasta la esquina que Vermeer escogió para inmortalizar la vista de su ciudad. El campanario, las nubes y el cielo que pintó siguen ahí.

 

El misterio de la pintura de Vermeer de 350 años de antigüedad - DW documental

 

Vermeer

Rijksmuseum, Museumstraat 1, Amsterdam

Comisarios: Pieter Roefols y Gregor J.M. Weber

Hasta el 4 de junio 2023 

 

El Delft de Vermeer

Museo Prinsenhof, Sint Agathaplein, Delft

Comisarios: David de Haan y Arthur K. Wheelock Jr.

Hasta el 4 de junio 2023 

 

- Luz sobre Vermeer -                                - Alejandra de Argos -

Lucian Freud acostumbraba a pasear de noche y a solas por la National Gallery. Una fotografía de 2009 le retrata en una sala de pintura italiana vacía, con la mirada metida en los cuerpos desnudos de las ninfas Diana y Acteon de Tiziano, -uno de sus cuadros preferidos-, las manos en los bolsillos, su eterno pañuelo al cuello y vestido de blanco como si fuera un espectro. Es una imagen que presagia su pintura. Solía decir: “Vengo aquí en busca de ideas y de ayuda. Más que los lienzos en si, miro cómo está resuelta la obra”. Los cuadros de la National Gallery fueron las estrellas que guiaron su camino.

 Two Men

Two men, 1987-1988. National Galleries of Scotland.

 

En el invierno en el que Londres ha despedido con todos los honores a su reina, el homenaje a Freud acapara la ciudad: además de la exposición en la National Gallery, otras siete repasan su obra. Por otro lado, en la subasta en Christie´s de la colección del cofundador de Microsoft, Paul Allen, el cuadro Large interior, W11 (after Wateau) ha establecido un récord para el pintor en 86,2 millones de dólares.

 

Large interior

Large Interior, W11 (After Watteau), 1981-1983, Allen Family Collection.

 

La exposición de la National Gallery se celebra en cuatro de sus salas centrales y está estructurada en torno a tres ideas: el retrato, el estudio y «la carne». A través de ellas, comprobamos cómo la pintura de Freud evolucionó desde sus obras tempranas hasta sus conocidos lienzos a gran escala y sus monumentales desnudos. Su comisario, Daniel F. Herrmann, pensó que los cuadros debían aparecer solos, también ellos desnudos, sin los habituales textos murales para, de esta manera, permitir que hablaran por si mismos.

 

Naked girl

Naked Girl, 1966, Colección privada.

 

Nacido en Berlín, hijo de Ernst y Lucie Freud, Lucian era el segundo varón de los tres hijos del matrimonio y el favorito de su abuelo, Sigmund Freud.

Desde pequeño le interesó pintar y como parte de la próspera clase media alta de Weimar estuvo en contacto con la música, la literatura y el arte. Una foto de 1925 en el apartamento familiar de la Regentenstrasse muestra un cuarto con una cama de día sobre la que está colgada una reproducción de Baco y Ariadna de Tiziano. En 1933, la política antijudía del recientemente elegido partido nazi fuerza a la familia Freud a emigrar a Londres donde establecen su nueva hogar.

 

Evening in the studio

Evening in the Studio, 1993, The Lewis Collection.

 

Lucian Freud no solo fue un pintor británico fue, además y sobre todo, un pintor londinense. En sus cuadros captaba la luz de Londres y la manera en la que ésta daba forma a la piel, al pelo y a las hojas de las plantas.

 

Buttercups

Buttercups, 1968. Colección privada.

 

Sus primeras obras experimentaron con el surrealismo y el realismo, pero su estilo maduro se basó en una tradición que recuerda más a Rembrandt y a Corot. Sin embargo, la mirada de Freud pertenecía al siglo XX y la mayoría de sus modelos posan desnudos, en posturas explícitas y habitaciones vacías.

Desde sus inicios como pintor y en plena época de la abstracción, Freud hizo una cruzada en favor del arte figurativo. Los cuadros de la década de 1940 que cuelgan en la primera sala, los retratos de Kitty Garman y Caroline Blackwood, sus primeras mujeres, son de factura lisa y líneas angulosas y revelan su fascinación por el dibujo de Cranach, Holbein o Ingres. También demuestran una observación exhaustiva, como a través de una lente de aumento, algo que le permitía reflejar cada detalle, desde el iris de un ojo hasta el pelo de un perro o de un albornoz.

 

Girl in bed

Girl in Bed, 1953, Colección privada.

 

Hacia 1950 se produce un cambio radical: Freud pasa del dibujo a la pintura. En la muestra, uno de los ejemplos de esta transformación es: Retrato doble (1985-1986), óleo que representa a una mujer vestida de azul marino tumbada junto a un perro. La imagen está recortada, acercándonos ambos cuerpos de forma inusual. El hocico del perro se apoya en la mano abierta de la mujer. La pata delantera y el antebrazo se despliegan hacia el espectador en una rima fascinante. El pintor actúa como un coreógrafo ordenando a sus personajes, mientras las pinceladas moldean una pintura tan llena de texturas que despierta el sentido del tacto.

 

Double portrait
 Double Portrait, 1985-1986. Colección privada.

 

En Inglaterra se prohibió el uso de blanco de plomo que Freud utilizaba desde 1975. La principal característica de este pigmento es su capacidad para refractar la luz, que lo hace brillar como a una perla. Al enterarse de esta prohibición, Freud mandó comprar todas las existencias que encontró.

Otra singularidad de su pintura puede apreciarse en Retrato de Francis Bacon. Comenzaba sus lienzos en el centro para ir creciendo hacia los bordes y esta original forma de proceder le obligaba a ampliar las telas según la evolución de su composición.

 

Francis Bacon unfinished

Francis Bacon (Unfinished), 1956-1957, Ananda Foundation N.V.

 

Después de la muerte de Isabel II, su retrato, algo más grande que una postal, es el centro de una sala titulada “Poder”. A su lado, y a modo de una galería de retratos, están los del barón Thyssen, Jacob Rothschild, Frank Auerbach, David Hockney y William Acquavella. A pesar de las críticas que recibió el retrato de la Reina, Herrmann lo considera un cuadro importante que sitúa a Freud en la tradición de los pintores de corte.

 

The Brigadier

The Brigadier, 2003-2004, Colección privada.

 

El punto culminante de la muestra es la sala llamada "Flesh” (la carne) con sus monumentales desnudos. Ni Rubens, Tiziano, Sorolla o Bacon pintaron la piel así. Freud utilizaba una pincelada muy empastada y sin mezclar y así se regodeaba en sus formas, textura y color. Ver los cuadros al natural en el museo y no en una reproducción permite entender hasta qué punto la pintura de Freud debe contemplarse de cerca para poder apreciar todas sus cualidades cromáticas y el número infinito de brochazos. Más que óleo parece arena de colores sutilmente proyectada sobre el lienzo. Freud construía superficies que parecen sustancias. Es bien sabido que sometía a sus modelos a posados de varias horas y que estos se prolongaban durante meses. El resultado de esa concentración obsesiva son esas pieles como cordilleras o cortezas. Las manos del barón Thyssen en su retrato son un estudio del paso del tiempo, de la masculinidad, del poder y de la compostura.

David Dawson, su asistente durante 20 años, fotografió al pintor a lo largo del tiempo en el estudio. En una imagen de 2005, que podría ser uno de sus autorretratos, Freud trabaja en su taller con las paredes y puertas tapizadas de manchas de pintura casi orgánicas, como millares de gusanos de colores. Imaginamos el olor del óleo y la trementina. Es una toma del artista en pleno proceso de creación, la confrontación del pintor y su modelo. Dawson le fotografió desde abajo, Freud está con el torso descubierto y el pelo revuelto a sus 83 años. Lleva colgados de su cinturón los trapos que solía usar para limpiar los pinceles tras cada pincelada ajustada y exacta sobre el lienzo. Estos trapos eran una herramienta de trabajo y, a veces también, un escenario. En ocasiones, centenares de ellos apilados en montañas sobre el suelo, formando una extraña presencia, eran utilizados como fondo para algunas obras. Es el caso de Standing by the Rags (1988-1989).

Freud promovió la vuelta del pintor al estudio. El taller era un punto de tensión entre la intimidad interior y la vida exterior. Además de sus autorretratos, la mayoría de sus cuadros eran de personas cercanas: hijos, amantes o amigos. Pero el pintor escogió a dos modelos que no pertenecían a su círculo, tal vez por sus cuerpos descomunales: el actor porno Leight Bowery y Sue Tilley a la que dedicó obras icónicas como Durmiendo junto al tapiz (1996). En Retrato de Bowery desnudo, Freud está levantando un cuerpo enorme e iluminado en el que el hombre queda reducido a la expresión más directa, más brutal de su sexualidad.

 

Sleeping in the lion carpet

Sleeping by the Lion Carpet, 1996, The Lewis Collection.

 

De Vermeer a Rembrandt y de Goya a Warhol, el autorretrato es un reto para los artistas. Pintarse y mirarse al tiempo implica encontrar la distancia adecuada entre uno y su imagen, entre uno y su reflejo. En Freud la dimensión psicoanalítica del autorretrato es evidente. Para ello buscaba el encuadre, el punto de vista, el lugar del espejo, el color, la pincelada. Pero lo que más destaca es la elocuente sinceridad que emerge en estas obras. En Pintor trabajando (1993), el artista desnudo solo tiene una paleta en una mano y una espátula en la otra.

 

Painter working

Painter Working, Reflection, 1993, The Newhouse Collection.

 

Entre las exposiciones que hoy homenajean a Lucian Freud en Londres destaca la del Museo Freud, en el número 20 de Maresfield Gardens. Fue la casa a la que el abuelo de Lucian, Sigmund Freud, se trasladó tras huir de Viena. El cuarto principal es su despacho, donde solía sentarse con Isaiah Berlin para hablar sobre judaísmo. Entre sus estanterías de libros está el diván para el psicoanálisis y sobre él cuelga un cuadro de Lucian, es su madre en una cama con los brazos abiertos.

La relación entre Lucian y su madre no fue fácil, pero tras la muerte de su padre Ernst, Freud desarrolló un trato mucho más cercano con ella. La historiadora del arte Lucie Freud pasaba más tiempo con su hijo de lo que lo había hecho nunca. A lo largo de los años posó para varios cuadros. Freud la pintaba mientras ella iba envejeciendo, se volvía débil, su cabeza iba extraviándose y su pelo se teñía de gris.

 

 The Painters Mother

The Painters Mother, Dead, 1989, The Cleveland Museum of Art, Delia E. Holden Fund.

 

Cerca del final de la exposición de la National Gallery hay un espacio que se abre discretamente tras una sala. Es un cuarto pequeño, prácticamente oscuro, que lleva rotulado en las paredes la palabra DEATH. Allí están los dibujos que Lucian hizo de su madre al final de su vida. Son pequeños, sobrios, sobre papel y en su mayoría a carboncillo. La devoción que Freud sentía por Holbein se percibe abiertamente en el trazo del rictus, en la manera de pintar las arrugas de su piel y de la ropa. También en la transmisión de un sentimiento tan fuerte, tan directo. El último retrato que Freud dibujó de su madre es un pequeño carboncillo: Madre del pintor muerta (1989). Había obtenido el permiso del hospital para dibujarla en su lecho de muerte.

Lucian Freud murió en 2011, a los 88 años.

 

Lucian Freud, nuevas perspectivas

National Gallery

Trafalgar Square, Londres

Comisario: Daniel F. Herrmann

Hasta el 22 de enero de 2023

 

 

- Lucian Freud, última mirada -                                - Alejandra de Argos -

Es probable que la clave que explique la revolucionaria trayectoria pictórica de Kandinsky sea que fuera sinestésico. Cuando el pintor escuchaba música veía colores y cuando veía colores, sentía su música. La sinestesia, el fenómeno neurológico por el cual, estimulando una sola realidad sensorial, se tiene una experiencia polisensorial, es algo de lo que fue consciente en 1896 al ver una exposición de Monet.

Kandinsky

Vasily Kandinsky, Formas caprichosas (1937), Solomon R. Guggenheim Founding Collection

 

Estos días la rampa elíptica del Guggenheim neoyorquino es una Torre de Babel que contiene todos los idiomas del lenguaje pictórico de Kandinsky en su viaje hacia la abstracción pura. Esto es, pintar por primera vez escenas no reconocibles, nada parecido a un bosque, a una estrella, a una fábrica o a la cabeza de un niño. El salto es abismal. Después de la valiente exposición del Guggenheim de Bilbao, que en noviembre de 2020 nadó a contracorriente de la pandemia con 62 obras, es ahora el Guggenheim de Nueva York el que, con casi un centenar de cuadros le rinde un apoteósico homenaje.

La muestra se desarrolla en orden cronológico inverso, y desde las obras del final de su vida va ascendiendo por la espiral que Frank Lloyd Wright diseñó en 1939 visualizando la concha de un nautilo. Megan Fontanella, su comisaria, recomienda empezar desde abajo con las obras más complejas y herméticas de la madurez de Kandinsky, aquellas que fueron concebidas como equivalentes visuales de la música, y ascender hacia el espectacular tragaluz del edificio y hacia la ligereza. Allí están los jinetes de colores intensos y los paisajes expresionistas más accesibles de los primeros años.

 

Kandinsky 1
Rampa del Museo Solomon R. Guggenheim, Quinta Avenida 1071, Nueva York, Estados Unidos.


Es probable que la clave que explique la revolucionaria trayectoria pictórica de Kandinsky sea que fuera sinestésico. Cuando el pintor escuchaba música veía colores y cuando veía colores, sentía su música. La sinestesia, el fenómeno neurológico por el cual, estimulando una sola realidad sensorial, se tiene una experiencia polisensorial, es algo de lo que fue consciente en 1896 al ver una exposición de Monet. Observando de cerca uno de los cuadros de la serie La montaña de heno (1891) comprendió que sentía algo más que la propia actividad visual, no reconoció el tema, solo los colores: “¿Por qué el pintor no debería partir de Monet y pintar libremente los objetos? Los compositores también lo hacen cuando crean con las notas sinfonías y cuartetos”, escribió Kandinsky proponiendo abiertamente la idea de la abstracción. Una sensación parecida le invadió al escuchar la ópera de Wagner Lohengrin.

En un vídeo vemos a Kandinsky pintar hacia 1920. La pincelada baila y rellena el lienzo al compás de la música de su amigo Arnold Schoenberg, demostrando hasta qué punto veía la música en colores. “Los violines, los profundos tonos de los contrabajos y, muy especialmente, los instrumentos de viento personificaban para mí toda la fuerza de las horas del crepúsculo. Vi todos los colores en mi mente, estaban ante mis ojos”, escribió.

 

Kandinsky 2

Vasily Kandinsky, Montaña azul (1908-1809), Solomon R. Guggenheim Founding Collection.


Quizás fueran los años en los que Kandinsky estudió música en su  Rusia natal los que transformaron para siempre su manera de ver las cosas y su capacidad para proyectar el sonido de los instrumentos en colores sobre el lienzo. Llamó Improvisaciones y Composiciones a dos de sus series de pinturas. ¿De dónde procede la idea de trastocar el orden establecido dando una dimensión musical a sus cuadros? En Punto y línea sobre plano Kandinsky escribe: “La presión de la mano sobre el arco del violín se corresponde exactamente con la de la mano sobre el pincel”.

En el verano de 1908 Kandinsky visitaba junto a la pintora Gabriele Münter la pequeña ciudad bávara de Murnau, al pie de los Alpes, con sus montañas y lagos, trajes tradicionales y casas con sus fachadas pintadas. El año siguiente, Münter compró una casa allí. "La Casa Rusa", que aún existe, llamada así por el pintor, fue testigo de sus primeros titubeos hacia la abstracción.

 

Kandinsky 4
“La casa Rusa”, Murnau, Baviera, Alemania.


A principios del siglo XX, muchos pintores decoraban sus casas proyectándolas como visiones de su arte futuro. En 1888, Vincent van Gogh había tratado de hacerlo en su pequeña “Casa Amarilla” de Arles y, veinte años después, Kandinsky y Münter lo hacían en Murnau convirtiendo su hogar en una suerte de manifiesto en el que vivir. Llenaron la casa con sus cuadros y decoraron el mobiliario. Kandinsky pintó la escalera con jinetes que saltaban entre soles y flores. Los jinetes iban poco a poco apoderándose de su pintura.

 

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Escalera de la “Casa Rusa” pintada por Kandinsky.


Muchos artistas de la época se dejaron influir por imágenes de la tradición local. Les resultaban más frescas, menos obvias que la fotografía y de un cromatismo más alegre que la pintura académica. Gauguin se había inspirado en las tallas de Bretaña y las islas del Pacífico. Kandinsky y Münter encontraron su inspiración en Murnau. Allí vieron unas Hinterglasbilder, pinturas sobre vidrio invertido típicas de la localidad, con gruesos contornos negros y temas religiosos en colores claros. Münter empezó a coleccionar estas imágenes y también a trabajar con ellas. Kandinsky siguió sus pasos. La claridad de la pintura sobre el vidrio y la estilización del arte popular bávaro le recordaban a Rusia. Aquello le dio la pista que necesitaba.

 

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Vasily Kandinsky, Composición 8, (1923) Solomon R. Guggenheim Founding Collection.


Durante los meses de verano y hasta 1914, “La Casa Rusa” se convirtió en el cuartel general de la vanguardia europea. Allí recibieron la visita de Paul Klee y la del compositor Arnold Schoenberg. El almanaque Der Blaue Reiter, editado por Franz Marc y Kandinsky en 1912, fue el manifiesto inicial del grupo y contenía 17 reproducciones de pinturas en vidrio invertidas. En Murnau, los colores empezaron a tener un efecto muy poderoso sobre Kandinsky. Los colocaba de manera superpuesta, unos frente a otros, introduciendo un ritmo que convertía su pintura en algo nuevo. Su arte estaba a punto de estallar como una tormenta feroz e iba a impulsar todos sus conceptos básicos hacia una revolución desconocida.


Pensamos entonces en la fotografía de 1936 en la que Kandinsky aparece pintando delante de un lienzo. Hay en ella una particular dicotomía entre su aspecto, tan propio de la época y tan alejado de la imagen del pintor bohemio, con su pelo recortado, el traje y su corbata bien anudada, las gafas más parecidas a las de un funcionario que a las de un artista y el gesto preciso con el que apoya el pincel. Frente a él, sin embargo, un lienzo revolucionario, distinto a todo lo anterior, Curva dominante.

 

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Vasily Kandinsky en su estudio de Neuilly-sur-Seine, París, pintando Curva dominante, abril de 1936.


Se podría construir esta crónica enlazando, solamente, las frases que Kandinsky nos dejó en sus libros. Nadie como él explica, con precisión poética y matemática, la magia de su mente al dictar a su mano la acción para el pincel. Hasta aproximadamente 1910 los paisajes de Kandinsky son reconocibles, con casas diseminadas por colinas y cielos del color de los caminos, los prados y las nubes. Pero entre 1909 y 1911 todo empieza a cambiar, a dejar de reconocerse, para convertirse en manchas de color. En diciembre de 1913 llega Líneas negras, una de las últimas obras que Kandinsky pinta en Munich. Este cuadro, con su fina y extraña caligrafía en negro sobre manchas de color brillante, ha perdido ya todo vínculo con el mundo terrenal reconocible. Emite otro tipo de mensaje, en un idioma como de otro planeta y que nuestro cerebro ya no es capaz de reconocer.

 

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Vasily Kandinsky, Líneas negras (1913), Solomon R. Guggenheim Founding Collection.


Recientemente, al clasificar y ordenar el material que el pintor utilizaba para dar sus clases en la Bauhaus, se han encontrado fotografías de animales, insectos y plantas recortadas de revistas así como las marcas que había dejado en su enciclopedia científica para señalar las ilustraciones en las que se quería inspirar, reforzando la importancia de la embriología en el periodo parisino.


Después de emigrar de la Alemania Nazi, al final de 1933, Kandisnky y su nueva mujer, Nina, se instalaron a vivir en el barrio parisino de Neuilly-sur-Seine, donde el artista morirá en 1944. “Paris, con su luz fuerte y al tiempo suave había ampliado mi paleta. Surgieron otros colores y otras formas nuevas”. En estos años, el pintor recuperó el colorido pastel al tiempo que su pintura se transformaba impulsada por las corrientes intelectuales de la ciudad y por la influencia de Jean Arp y Joan Miró. Allí pinta: Alrededor del círculo, obra que da título a esta exposición y cuyos primeros bocetos se fechan a principios de 1940. La esfera se había convertido en el motivo dominante de la constelación del pintor. Su coqueteo con ella había empezado en 1929 y era una fijación que no derivaba de su forma geométrica, sino de su “fuerza interna”. En mayo de 1940, Kandinsky emprendió la versión final del cuadro que finalizó en agosto. Sobre un fondo verde oscuro pinta un gran círculo que contiene un "ojo dorado que lo ve todo". De él sale volando algo parecido a un pañuelo decorado con formas de lóbulos, de cuerpos ahusados, esbeltos y danzantes que flotan entre arabescos y cintas de color. El resto de las figuras, en formas multicolores encerradas en líneas negras, recuerdan a los esmaltes cloisonados y parecen volar en sus acrobacias. A Kandinsky siempre le había atraído la materia lisa, pero esta tersura del final de su vida adquiere la calidad del cristal o de un líquido de luminosidad cromática extraordinariamente refinada.

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Vasily Kandisnky, Alrededor del círculo, (1940) Solomon R. Guggenheim Founding Collection


Alrededor del círculo nos transmite la convicción de Kandinsky en el poder transformador del arte. En una profética carta de 1904 a Gabriele Münter el artista escribió: “El camino a seguir está bastante claro. Si lo llevo a cabo, habré dado con una nueva y hermosa forma de pintar que podrá desarrollarse hasta el infinito.”

Vasily Kandinsky: Around the Circle

Museo Guggenheim 1071 Fifth Ave, Nueva York

Comisarias: Tracey Bashkoff y Megan Fontanella

Hasta el 5 de septiembre 2022

Debía ser un espectáculo deslumbrante el momento en el que el agua del Nilo invadía el campo del Egipto Antiguo. El suelo desaparecía, las zanjas se llenaban, los pueblos emergían como si fueran pequeñas islas y la crecida del río fijaba el ritmo el tiempo. Hay unos 1000 kilómetros entre Assuán y el Mediterráneo y en más de las tres cuartas partes de esta distancia, el Alto Egipto es un surco horadado en el desierto. El resto lo constituye el delta, llamado así porque los griegos reconocían en su forma triangular la cuarta letra de su alfabeto.

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Dintel del templo del rey Amenemhat III (detalle), Egipto, Dinastía XII, 1855-1908 a.C. British Museum.

 

Debía ser un espectáculo deslumbrante el momento en el que el agua del Nilo invadía el campo del Egipto Antiguo. El suelo desaparecía, las zanjas se llenaban, los pueblos emergían como si fueran pequeñas islas y la crecida del río fijaba el ritmo el tiempo. Hay unos 1000 kilómetros entre Assuán y el Mediterráneo y en más de las tres cuartas partes de esta distancia, el Alto Egipto es un surco horadado en el desierto. El resto lo constituye el delta, llamado así porque los griegos reconocían en su forma triangular la cuarta letra de su alfabeto.

Hace unos 5.200 años alguno de los hombres que vivían entre las plantas de papiro y las palmeras de las orillas del Nilo debió sentir la necesidad de dejar todo aquello reflejado por escrito y cinceló en alguna piedra el primer jeroglífico de la historia. Los más antiguos que conocemos datan del año 3.250 a.C. y junto a la escritura cuneiforme son las primeras formas de escritura del hombre. ¿Cuántos miles de años llevaría el ser humano hablando sin sentir la necesidad de escribir?

 

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Dintel del templo del rey Amenemhat III. Egipto, Dinastía XII , 1855-1908 a.C. British Museum.

 

Londres vive estos días entre el revuelo del nombramiento de Rishi Sunak como Primer Ministro y la coronación de Carlos III en la Abadía de Westminster. Sin embargo, un silencio sepulcral reina en las salas del British Museum. Es la exposición “Jeroglíficos, descifrando el Antiguo Egipto”, un alarde museístico que con 240 objetos de colecciones nacionales e internacionales celebra los doscientos años del desciframiento de la piedra de Rosetta.

 

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Salas de la exposición Jeroglíficos descifrando el Antiguo Egipto, British Museum, Londres.

 

La muestra, con sus paredes en negro pintadas con jeroglíficos y una iluminación muy tenue, favorece la sensación de estar en el interior de una pirámide. Al fondo, en la última sala, se proyectan en 360 grados escenas de las orillas del Nilo: sus falúas y palmeras, sus templos y obeliscos, sus pirámides y el vuelo de los pájaros. Detrás, todo el mar del desierto.

 

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Fragmento del Libro de los Muertos de Nedjmet, Egipto, dinastía XXI, c. 1069 a.C. British Museum, Londres.

 

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Sarcófago de Hapmen, El Cairo, dinastía XXVI, c. 600 a.C. British Museum, Londres

 

Las vitrinas de la exposición muestran objetos fascinantes, desde notas personales de Champollion y de Young, hasta cuatro vasos canopos que conservaban los órganos del difunto, el vendaje de la Momia de Aberuait o El Libro de los Muertos de la Reina Nedjmet con 3.000 años de antigüedad. El papiro crecía con abundancia en las orillas húmedas del Nilo. Esta planta cuyo nombre procede de una palabra griega que significa “real”, erige su cabeza con forma de sombrilla sobre un tallo que puede llegar a los seis metros de altura. Con sus troncos se hacían barcos, con su fibra, cuerdas, esteras, velas, cestos y sandalias; y con su médula, el papiro sobre el que escribir.

Momia de Bakentenhor

Momia de Bakentenhor, dinastía XXII , 945-715 a.C. Great North Museum: Hancock, AREGYPT605

 

Sin embargo, el centro de la exposición es la piedra de Rosetta, marcada mágicamente por un haz de luz como si fuera una kryptonita. Este fragmento de antigua estela es sinónimo de los jeroglíficos que en el Antiguo Egipto cubrían estatuas, monumentos y papiros. Esta escritura de aspecto pictórico estaba íntimamente ligada a la cultura egipcia: nunca se utilizó en otros lugares, aunque fue imitada en los reinos del antiguo Sudán y parece haber inspirado la escritura protosinaítica, un posible ancestro lejano del alfabeto moderno.

 

Piedra de Rosetta British Museum

Piedra de Rosetta, 196 a.C., periodo Ptolemaico, British Museum, Londres.


El libro de Champolion, Panteón egipcio, abre sus páginas con una descripción de Amón: es un dios con forma humana que suele aparecer sentado en un trono. Su piel es azul y su barba se interpreta como un apéndice negro que caracteriza a las divinidades masculinas. Cuando en los féretros aparece ese mismo apéndice indica que se trata de una momia de hombre. El dios sujeta en la mano izquierda un cetro que se remata con una cabeza de pájaro, es el cetro común a todas las divinidades masculinas del panteón egipcio. En la mano derecha lleva la cruz ansada, rematada en su parte superior con una forma de lazo, asa o ansa, símbolo de la vida divina. La cabeza del dios esta decorada con un tocado real rematado por dos grandes plumas de colores. De la parte posterior de su peinado cae un lazo largo azul… Es una estética tan poderosa que suscita una reflexión: el siglo XIX es el de los revivals, es decir, el del uso de estilos visuales que conscientemente se hacían eco de una era arquitectónica previa; es el caso de Pompeya y estilo pompeyano, del gótico y el Gothic Revival o del Neoclasicismo. ¿Cuál es pues el motivo por el que un gusto tan refinado como el del Egipto faraónico no se tomara como modelo y llenara la decoración de futuros palacios, trajes, cómodas y vajillas?

 

Estatua de un escriba anónimo

Estatua de un escriba anónimo. Egipto, Dinastía V, 2494-2345 a.C. Museo del Louvre.

 

La historia de la piedra de Rosetta tiene una fuerza inexplicable. En diciembre de 1797, el Sultán Tipu de Mysore pidió ayuda a Napoleón para sofocar la creciente amenaza del poder británico en India. Fue entonces, cuando en el margen de un libro sobre las guerras turcas, Napoleón escribió: “A través de Egipto invadiremos India”. Fortalecido por las victorias en Italia pero frustrado por sus intentos de invadir Inglaterra, Napoleón desembarcó en Egipto el 1 de julio de 1798 con una ejercito de 40.000 hombres. Iba acompañado por una Comisión de Artes y Ciencias que reunía las mentes francesas más brillantes y que, en el espíritu de la Ilustración reinante, iba a inspeccionar y a cartografiar el antiguo y el moderno Egipto.

A mediados de julio de 1799, ante el ataque inminente de las fuerzas navales otomanas, deseando vengar la campaña de Napoleón en Siria, los franceses reforzaron sus defensas de costa. En Rashid (Rosetta), una ciudad sobre la rama occidental del delta del Nilo, se decidió la demolición del fuerte y entre los cimientos apareció un bloque de piedra de granodiorita, fragmento de una antigua estela egipcia con un decreto publicado en Menfis en el año 196 a.C. en nombre del faraón Ptolomeo V. El decreto aparecía en tres escrituras distintas: jeroglíficos egipcios en la parte superior, griego en la inferior y entre las dos una inscripción desconocida que inicialmente se creyó en siríaco.

Su importancia para el desciframiento de los jeroglíficos fue reconocida de inmediato. Se extrajo de entre el polvo, se limpió y se tradujo parte de la zona en griego. Después navegó remontando el curso del Nilo hasta el Instituto de El Cairo donde su descubrimiento se anunció el 19 de agosto de 1799. Allí la primera y más indispensable labor fue hacer unas copias exactas de los textos. Dos jóvenes orientalistas reconocieron la inscripción central como demótico, una escritura cursiva del idioma egipcio que habían visto antes en papiros y vendas de momias.

La copia a mano habría supuesto además de errores, meses de trabajo. Se decidió limpiar la piedra dejando agua en las hendiduras, se cubrió su superficie con tinta y se calcó en hojas de papel húmedo. Así, el 24 de enero de 1800, quedaba hecha una copia invertida en negro sobre blanco que podía leerse con un espejo o a través de la luz. En París, 22 años después, Jean-François Champollion presentó sus descubrimientos sobre los jeroglíficos a la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres. Dos semanas antes, tras agotadoras investigaciones que habían afectado gravemente a su salud, había conseguido descifrar los nombres de Cleopatra, Ramsés y Tutmosis y, por lo tanto, la escritura de los antiguos egipcios.

 

Medalla de Thomas Young

Medalla de Thomas Young, Londres, mitad del siglo XX, British Museum, Londres.

 

La comprensión de los jeroglíficos se fue perdiendo a medida que la cultura del Antiguo Egipto iba siendo barrida por oleadas de conquistas y ocupaciones. La invasión árabe del siglo VII trajo el Islam y con él la lengua árabe y una sucesión de gobernantes que culminó en el dominio de los mamelucos.

Hoy es la pieza más visitada del British Museum. Los aniversarios del hallazgo de la tumba de Tutankamón y del desciframiento de la Piedra de Rosetta agitan estos días uno de los debates más importantes que se van a plantear: esto es la restitución de obras de arte y piezas arqueológicas a sus países de origen. Los litigios han dado paso a algunos acuerdos, pero cada caso es distinto y para los museos occidentales algunas piezas emblemáticas son intocables y serán siempre patrimonio de la Humanidad.

La reflexión del egiptólogo Silvio Curto sigue iluminándonos: “Lo que se construye en la época faraónica es el concepto de la dignidad suprema de la persona humana que deberá ser retomada y perfeccionada a lo largo de la Historia, de Sócrates a Kant.”

Jeroglíficos, descifrando el Antiguo Egipto
British Museum, Londres
Comisaria: Ilona Regulski
Hasta el 18 de febrero 2024

 

 

- Jeroglíficos, luz sobre el Antiguo Egipto -                                - Alejandra de Argos -

Alberto Durero (1471-1528), el mayor genio renacentista del norte de los Alpes. Con la sensación de quien se cuela por el último resquicio de una puerta giratoria, entramos en las salas de la Sainsbury Wing de la National Gallery de Londres. Son las horas en las que ómicron estalla en el mundo desatando en la ciudad del Támesis un pánico parecido al de la peste negra del siglo XIV.

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Albrecht Dürer, Retrato de un hombre joven (1521), British Museum, Londres


Con la sensación de quien se cuela por el último resquicio de una puerta giratoria, entramos en las salas de la Sainsbury Wing de la National Gallery de Londres. Son las horas en las que ómicron estalla en el mundo desatando en la ciudad del Támesis un pánico parecido al de la peste negra del siglo XIV. Alberto Durero (1471-1528), el mayor genio renacentista del norte de los Alpes, bien merece correr ese riesgo. Londres expone más de 80 de sus obras además de las de otros pintores coetáneos.

Se mire por dónde se mire, esta es una ocasión excepcional, porque mientras Brexit cumple su primer año en Gran Bretaña, el museo de Trafalgar Square acoge, paradójicamente, la exposición de un pintor viajero, un artista adicto al aprendizaje de sus colegas europeos, un observador y experimentador del Renacimiento que, desde su casa de Nüremberg, en el centro de la Alemania del Sacro Imperio Romano Germánico, atravesó dos veces los Alpes hasta Venecia donde conoció los secretos de la pintura de Giovanni Bellini, navegó el cauce del Rin hasta Aquisgrán para asistir a la coronación del nuevo emperador Carlos V y llegó hasta los Países Bajos donde consiguió ver el mar y los restos de una ballena. Estos viajes y el contacto con otros pintores marcaron la evolución de su obra y le convirtieron en un artista muy diferente a cualquier otro antes que él.


En la exposición de Londres, la primera de Durero en 20 años, están algunos de sus cuadernos de viajes a través de los Alpes. Son los primeros paisajes del natural de la Historia del Arte. Vista de Trintperg-Dosso di Trento (1495) o el apunte de una Ruina de un cobertizo en mitad de los Alpes (1514) demuestran la necesidad con la que el pintor, maravillado ante la visión de algún risco, algún arroyo o un lirio, se tiraba de su caballo, en la mitad de su viaje, para sentarse en una roca y pintar lo que veía. En una época en la que no existía la fotografía estos apuntes serían el almacén de sus ideas y conformarían futuros fondos de paisaje para alguna Virgen o para la ventana del estudio de algún santo.

 

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Albrecht Dürer, Vista de Trintperg-Dosso di Trento (1495), Kunsthalle Bremen.


El artista hizo dos viajes a Italia a mediados de la década de 1490 y nuevamente entre 1505 y 1507. En Venecia vio a pintores que exploraban las ideas del Renacimiento y dibujaban el cuerpo humano, tomó en cuenta su interés por la proporción clásica, así como su habilidad para captar diferentes calidades de luz. También allí descubrió otros materiales y se obsesionó por el papel azul que daba a sus dibujos una profundidad distinta.

 

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Albrecht Dürer, Cabeza de Cristo con 12 años (estudio para Cristo entre los doctores), 1506. Museo Albertina, Viena.


La muestra nos golpea con la obra de apertura: Virgen y Niño (1496-99) pintada inmediatamente después de su primer viaje a Venecia y resultado del choque entre el aprendizaje de sus viajes italianos y su fuerte impronta germánica. Ahí están la monumentalidad de la Madonna y el colorido italiano: el azul lapislázuli del manto de la Virgen, el almohadón a los pies del Niño en un verde vibrante y el rojo entre los pliegues de la cortina del fondo. Es probable que Durero empleara la técnica de mojar un trozo de lino en escayola húmeda para que al secar conservara la forma de los pliegues el tiempo necesario para ser copiados. Sin embargo, ni los escudos en las esquinas inferiores, la luz del Norte que se cuela por la ventana o la rigidez entre la Madre y un Niño excesivamente acartonado habrían sido jamás pintados por un italiano.

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Albrecht Dürer, Virgen con Niño (1496-99), National Gallery of Art, Washington.

 

En su viaje de 1521 por los Países Bajos visita el zoo de Gante donde pinta por primera vez algunos animales del natural: monos, un lince, un león. Antes de este viaje había pintado otros leones, pero más bien parecían gatos grandes, tenían algo de emblemático porque estaban sacados de imágenes de otros grabados o de representaciones del león alado de Venecia. En esta exposición hay dos ejemplos previos a este viaje: León de la Kunsthalle de Hamburgo o el más extraño aún del San Jerónimo de la National Gallery.

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Albrecht Dürer, San Jerónimo (1496), The National Gallery, Londres


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Albrecht Dürer, León (1494), Kunsthalle de Hamburgo.


Desde el Museo Thyssen de Madrid ha viajado Cristo entre los doctores, que, en el primer golpe de vista, parece un estudio de distintas manos. En un lienzo que parece haberse quedado demasiado pequeño para sus siete personajes, un Cristo de 12 años, de cara ladeada y cascada de pelo rizado, está rodeado de otras seis cabezas, ocho manos y dos grandes libros. Encontramos reminiscencias de Leonardo en el personaje grotesco a la derecha de la cabeza del Niño y también de Mantegna en el anciano de barbas largas. El monograma de Durero aparece dibujado en un cartelino cosido a un libro. Sin embargo, todo el cuadro conserva algo de la extrañeza de la pintura del Norte. Durero decía haberlo pintado en cinco días.

 

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Albrecht Dürer, Cristo entre los doctores, (1506) Museo Thyssen, Madrid.

 

Nüremberg, la ciudad que había visto nacer a Durero, era por aquel entonces inquieta y vibrante. Bullía entre grandes invenciones y descubrimientos: junto con la caída del Imperio Romano de Oriente y el descubrimiento de América como grandes motores de la modernidad, Martin Behaim construía el primer globo terráqueo, Copérnico publicaría su De revolutionibus orbium coelestium, obra con la que movió la Tierra y paró el sol y Galileo, quien mejoró el telescopio, enunció la Vía Láctea como un grupo de innumerables estrellas y dio a las Luces del Norte su nombre en latín.

 

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William Callow, Casa de Alberto Durero en Nüremberg (1875), Museo de Arte de Denver, Colorado, Estados Unidos.


Quizás por eso, además de por sus pinturas, Durero sobresale por el desarrollo de una técnica nueva y explosiva capaz de difundir su arte con una rapidez y multiplicidad desconocidas. La imprenta, nacida en su país, debió de suponer en la Europa de finales del siglo XIV una revolución parecida a la de internet en nuestra era, permitiendo a Durero difundir sus xilografías y grabados como si fueran cerbatanas disparadas hacia todos los puntos de Europa. Además le liberaría de la dictadura de los mecenas, quienes solo querían que pintara otra Virgen para ellos u otro retrato de si mismos. Durero sacó el arte fuera de los palacios y las iglesias, sus grabados se colgaban en las paredes de las casas y empezaron a ser producidos en gran número antecediendo a la fábrica de Warhol en la Nueva York de 1960.
El padre de Durero, su primer maestro, era un orfebre húngaro que emigró a Alemania y tradujo su apellido Ajtósi a “Türer” y más tarde a “Dürer” según el dialecto local. Significa fabricante de puertas, de donde el pintor inventaría su conocido monograma: una “A” en forma de puerta que alberga una “D”. Este monograma podría considerarse una de las primeras marcas del mercado.

 

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Seguidor de Albrecht Dürer, Retrato del padre del pintor, (1497) National Gallery, Londres.


De su padre aprendería los conocimientos fundamentales del grabado a buril, también a copiar modelos y dibujar imágenes para su posterior grabado, un aprendizaje esencial que le convertiría en un artista competente. A pesar de trabajar desde joven como orfebre pronto nació en él el talento artístico. Su dibujo a punta de plata de 1484 es uno de los primeros autoretratos de la historia del arte europeo que se conserva y fue pintado por un chico de tan solo trece años. La auto observación y su potencia creadora son excepcionales.

Sin embargo, pintar para Durero parecía haberse quedado anticuado, sabía que estaba creando un arte nuevo: el grabado. Ruskin lo llamó el arte del arañazo. Este momento, revolucionario en el arte europeo, es el que recogen las salas de esta exposición de las que también cuelgan obras de pintores coetáneos, uno de los cuadros más imponentes es la gran Adoración de los Reyes de Jan Gossaert (1510) escogido aquí por la similitud de su perro con los de uno de los más importantes grabados de Durero: San Eustaquio (1499-1503), obra escogida como cartel de la exposición que, entre sus 35 centímetros, contiene una mezcla prodigiosa de detalles: cada planta, hoja y flor, cinco perros cada uno en una postura distinta, un caballo con su cabezada y su montura, el camino ondulante que sube por la montaña hasta el castillo con su aguja sobrevolada por una nube de estorninos y, al tiempo, la emoción del instante reflejado: Placidus, el general romano arrodillado en el centro de la composición, es sorprendido mientras cazaba por la aparición de un crucifijo entre las astas de un venado, cayéndose de su caballo y convirtiéndose al cristianismo para ser bautizado con el nombre de Eustaquio.

 

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Albrecht Dürer, San Eustaquio (1499-1503) Riksmuseum, Amsterdam.

 

Con abundante obra gráfica que compensa los sólo nueve pequeños cuadros (lamentablemente, ni autorretratos ni retablos), la muestra serpentea por meandros igual que los viajes del propio Durero hasta llegar a una sorpresa, es uno de los más maravillosos grabados de la Historia del Arte: Melancolía I (1514), un ángel sentado a horcajadas frente a un mar iluminado por el reflejo de un astro. Todo es extraño y simbólico: la balanza, el inmenso reloj de arena, las herramientas de carpintería, una gran piedra poliédrica, la escalera que no lleva a ninguna parte, una campana, un perro retorcido sobre si mismo y el infinito de un cielo iluminado por un sol de rayos bellísimos. Durero pintó como nadie el pelo, las alas y los rayos del sol.

 

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Albrecht Dürer, Melancholia I, (1514) The Syndics of the Fitzwilliam Museum, University of Cambridge.


En vida de Durero, la Iglesia católica pasó por una época de enorme convulsión y división a la que la exposición dedica su tramo final. En 1517 Martin Lutero publicó sus 95 tesis manifestando los abusos de la Iglesia Católica. Los eventos que se sucedieron desembocaron en una permanente división de la cristiandad y en el comienzo de la Reforma protestante, un cisma que cambió la historia europea. Como tanta otra gente, Durero estaba profundamente interesado por todo cuanto decía Lutero como ejemplifica su lista de 16 panfletos para ser leídos (en la exposición). Junto a ella está el espléndido retrato sobre fondo verde que pintó Lucas Cranach en 1521.

 

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Lucas Cranach, Retrato de Martin Lutero (1521), Museo de Arte de Leipzig.


Panofsky decía que alguno de los monstruos de Durero parecían salir de El Bosco. Y también que muchas de esas escenas parecían una anticipación del surrealismo moderno. Es verdad que detrás de los grabados de Durero llegarían los de Rembrandt y Goya, y también que de las figuras de detalles increíbles, que se podría uno pasar la vida mirando, saldrían Blake, De Chirico, Magritte, Duchamp y Kiefer.


Durero abrió el mundo, lo mismo que lo hicieron Copérnico y Colón. Un universo visionario en blanco y negro y luz del Norte.

 

Dürer’s Journeys Travels of a Reinassance Artist

National Gallery Trafalgar Square, London WC2N

Comisarios: Susan Foister y Peter Van Den Brink

Hasta el 27 de febrero 2022

 

 

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