"Toma mi collar de lágrimas. Te espero en ese lado del tiempo de donde la luz inaugura un reinado dichoso". Octavio Paz, Mariposa de Obsidiana.
En un quiebro de su vida, ella decidió volver a ese hotel. Era una Semana Santa en el sur y la luz era blanca, sobre los pueblos y también sobre un mar que no era bonito, pero llevaba una fina capa de bruma. Y un horizonte cercano.
Había oído los tambores de la madrugada del Jueves Santo como una turista nórdica más, seguía reteniendo, días después la marcha de los legionarios, las notas y la letra de Soy un novio de la muerte y la tarareaba sin cesar. Se había sentado en las escaleras de mármol rosa de la catedral de Málaga al sol, debajo de la torre sin terminar. Había sentido la compañía de la soledad andaluza y se había dejado llevar hasta ese hotel, años después, con la vida muy libre y, quizás, excesivamente cargada de experiencias.
El comedor del desayuno tenía una pared de azulejos portugueses que representaban un antiguo colmado y decoraban el ir y venir de los camareros vestidos de blanco que repartían el café y los molletes en bandejas plateadas. Buceaba entre las hojas de sus periódicos retrasados disfrutando y alargando el momento que más le gustaba del día.
Había salido de su cuarto con un traje largo de flores alegres que se ceñía desde el escote hasta su cintura y llevaba una cesta con sus libros.
Él estaba sentado contra la ventana cuando la vio llegar.
-Clarissa?
Ella levantó los ojos atravesada por esa voz que, en el fondo, sabía que había ido a buscar.
-Peter?
El gesto de su cara, el tono suavísimo de su voz, hicieron que la conversación siguiera en silencio, entre los ojos de ambos y en el estudio fugaz del rostro del otro, en el recorrido por el paso del tiempo.
-Cómo estás? Qué impresión... Son, tres?...sí, tres años ya. Llegaste ayer?... Al hotel?
-Sí, anoche; tarde. Me han dado un cuarto con vistas sobre la piscina y el mar. No he sido capaz de cerrar mi fecha de salida, aún...
Sonrió, disfrazando el temblor de sus manos al abrazar con sus dedos la taza de café caliente.
-Pero...siéntate, por favor!
-Me quedé con el hotel Clarissa. Después de aquello... No era capaz de seguir viviendo en Londres, cerré algunos capítulos de mi vida y me vine. Quería estar aquí y ha resultado que disfruto del negocio, es un trabajo bonito, conoces a gente de paso, he conseguido... rellenar estos años.
-Está precioso, Peter...
El tono de la voz de ambos se aceleraba y se perdía en un montón de convencionalismos mientras sus miradas seguían manteniendo una conversación más profunda, llena de sobresaltos, cuerpo a cuerpo, y en paralelo.
-Cómo estás tú Clarissa?
-Yo?... estoy bien, Peter. Pero... Si, quería...
-Clarissa, Clarissa, perdóname... -Interrumpió, rodeando con mucha delicadeza las manos de Clarissa y la taza- Llevo mucho tiempo pensando en este momento. Si llegaría. En cómo sería. Te debo una explicación. -Peter, yo... No conseguí, no...
El tono de Peter se volvió rotundo.
-No pude aparecer en el aeropuerto esa mañana, Clarissa. Perder ese avión contigo fue perder lo que me quedaba de vida, de ilusión. Había calculado todos los riesgos, todo el sufrimiento que iba a causar a Elisabeth, a los niños. Llevábamos meses hablando de ello, recuerdas?
Clarissa notó como una hoja de acero le entraba por el estómago. Se concentró en mantener la compostura mientras la frase de Peter se repetía una y otra vez en su cabeza. Tomó una decisión y notó cómo un hilo de sudor frío le recorría la frente. Balbució y respiró hondo.
-Si Peter... Si, quizás...
-Déjame seguir Clarissa, -impuso con sus ojos, algo más pequeños pero de un azul que casi invitaba a la compasión-. Estaba este proyecto, este hotel y nuestra vida juntos.
Agachó la cabeza, y levantó la mirada como si no se hubieran separado nunca.
-Beth tuvo una crisis aquella noche, volvió a subirle la fiebre, tuve su cuerpecito hirviendo entre mis brazos. Llevamos a la niña a la clínica. La vi detrás de un cristal. Llena de sondas. Me miró, Clarissa, y me llamó con su voz que yo no alcanzaba a oír.
-No Peter, si yo... Déjalo!
-No te estoy dando sólo una explicación. Estoy tratando de recuperar y compartir contigo parte de la paz que he perdido. Sabrás perdonarme? -Perdonarte? Si, pero yo...
-He pensado en nosotros, en cómo hubiera sido ese reencuentro, ese viaje, cada día de estos años...
Él iba depositando miradas en distintas zonas de su cuello.
-Sí, yo también lo he hecho Peter.
-Y tú? Qué fue de ti? Sigues casada con Richard?
-No. Aquello duró sólo unos meses más. No quise...
Se habían quedado solos en aquel comedor. El sol empezaba a salir entre las nubes negras dejando que el jardín brillara de forma intensa, invitando a salir y oler la lluvia reciente.
-Me gustaría invitarte a cenar esta noche, en el jardín ¿si te parece?
-Gracias Peter. Tengo que hacer unas llamadas. Te dejaré un mensaje en recepción.
Clarissa cerró la puerta de su habitación con todo el peso de su cuerpo. Las manos a los lados de su traje seguían blandas y frías. Se dio media vuelta y apoyó la frente en la madera rugosa de la puerta antigua y la dejó ahí un rato indefinido.
Cerró los ojos y volvió a recorrer, como cada día de aquellos años, la angustiosa sensación de aquellos metros de pasillo, esa madrugada; a notar el peso de cada maleta en su mano y a sentir el alma en vilo. Recordó, otra vez, cómo miró la puerta, luego el picaporte y el ruido que hicieron las maletas cuando las dejó caer en el suelo.
Ella nunca fue al aeropuerto.
Ninguno de los dos sabía que el otro no había aparecido esa mañana. Ambos habían vivido así todos estos años; con la carga de haber destrozado la vida del otro.
Él no lo sabría nunca. Era mejor así.