"El placer es aún más profundo que el dolor.
El dolor dice: ¡Pasa!
Mas todo placer quiere eternidad.
¡Quiere profunda, profunda eternidad!"
Nietzsche, Así habló Zaratustra
Con el rostro apoyado en la ventana Alessandro miraba la noche estrellada, que despertaba en él un inexplicable anhelo de cosas lejanas y bellas. Los naranjos y los magnolios, todavía en flor, desprendían con fuerza a esa hora sus aromas. Al fondo las masas oscuras en línea recta de olivos y acacias señalaban el límite de Villa Beccarisi, la lujosa mansión siciliana de su amigo Giulio en la que pasaría también aquel verano. Alessandro recordaba su anterior visita y su hallazgo de aquél rincón escondido y secreto en el extremo del jardín, cerca del invernadero, donde una noche había escuchado besos y abrazos en la oscuridad mientras la luz de la luna creaba la ilusión de figuras fantásticas que se agitaban tras los cristales entre dulces palabras susurradas, entrecortadas por suspiros y bruscos silencios.
Como el fermentar de la tierra fértil y ardiente, allí experimentó él también el rumor misterioso de la vida eternamente creadora y destructora, esa grandeza y belleza del placer de la vida que proseguía aún, cuando al despedirse los amantes, su sombra tocaba la de ella como en un abrazo bajo el cielo azul profundo del amanecer, en el que empezaban a apagarse las estrellas. El recuerdo de aquel verano lleno de luz había seguido más vivo después en su alma que su tumultuoso presente.
- "¡La experiencia del pasar y de la fugacidad incesante! -había dicho Giulio en un momento de la conversación durante la cena-. ¡Saber que nos perdemos como un viento y que somos y pasamos como el agua de un río! La percepción de este pasar continuo, cuando se piensa, ¿no suscita una inevitable resignación y angustia? El tiempo es el instrumento de la muerte, estructura última de la experiencia de la pérdida. ¡Cuántas cosas que nunca veremos ni sabremos!"
Pareció querer añadir algo más, pero se calló.
- "¿Qué es entonces la permanencia? -le había respondido Alessandro de inmediato-. ¿Tiene algún sentido el pensamiento de la eternidad (Ewigkeit)? ¿Crees que no hay ningún lugar o experiencia en los que la agitación del cambio se aquiete y se recoja lo que perdemos? Opino que no es una simple ilusión la del poeta que dice:
"Sé que una cosa no hay. Es el olvido.
Sé que en la eternidad perdura y arde
lo mucho y lo precioso que he perdido:
Esta noche, esta luna y esta tarde".
Sin embargo, ¿qué lugar podría ser ese de la permanencia, más aún, de la eternidad?, -siguió pensando luego Alessandro-. Los días tienden a igualarse en la memoria, aunque no sean iguales. Y la vida más común entre los hombres es la de una incesante pesadilla, una rutina porfiada de prescindible historia, un tiempo establecido y la espera de que el olvido nos depare un último sueño sin memoria. ¿No tenía razón Giulio? Vivir no es más que el afán de un destino soñado que quiere hacerse realidad, una historia contada por un idiota en la que el protagonista espera su final en cualquier momento en el que todo estaría por comenzar. ¿Cómo entender el tiempo como un misterioso entrecruzarse, en cada instante, de cambio y eternidad?
La tarde ardía extraña en las nubes, como si detrás de ellas se agitara un océano en llamas, un fuego divino. Estremecido por sus propias palabras y pensamientos abandonó el jardín a pesar del fuerte calor y anduvo un trecho bordeando los cultivos en dirección a la ciudad. La hierba entre los viñedos estaba salpicada de pequeñas flores sobre las que revoloteaban mariposas amarillas y blancas. Alta estaba la mies en los campos. Cada tallo se inclinaba sobre la tierra cargado de fruto. Bajo los árboles, sentados en la hierba, un grupo de campesinos descansaba unos momentos del arduo trabajo de la siega y le saludaron al pasar quitándose los sombreros. Más allá, en la alberca, unos niños se bañaban cruzando las aguas brillantes, enrojecidas por los colores del atardecer. Se deslizaban meciéndose al compás de la suave brisa, y sobre las aguas se mecían también las sombras de las palmeras, mientras del otro lado llegaba un murmullo de voces juveniles y de risas. El aire en calma sólo a veces era interrumpido por el reclamo de un pájaro.
- "Hay muchas cosas que no sabremos nunca, -se decía a sí mismo-. Tal vez por eso sea deseable incluso olvidar lo que sabemos, y conformarnos con mirar el mundo en silencio".
Continuó su paseo absorto en el paisaje, avanzando de imagen en imagen a través de un tenue juego de ideas y dándole vueltas sin parar a lo que le inquietaba:
- "La certeza del fin anima a buscar consuelo en el puro presente, a saciarse del disfrute intenso de los placeres de la vida. De este modo, la espera se nutre también de la rememoración del pasado idealizado, reconstruido a la medida de nuestros más bellos sueños. Por su ausencia de ser pasa el tiempo de largo sin pensar. El alma humana no revela sus enigmas. Cuando se le pregunta, calla".
Sin poderse desatar de esta reflexión, de nuevo un sordo aliento de fiebre turbaba la paz de su descanso. Había llegado a la orilla del mar y veía detenida, hundida en luctuosa resignación, su superficie en la que no reverberaba ya la luz del día. El sol se había puesto y oscurecía sobre la ciudad. Todo se volvía silencioso y tranquilo en aquella tarde agobiante y calurosa en la que empezaban a brillar las primeras luces dentro de las casas mientras una luna grande y blanca acechaba en el cielo. Atravesaba el barrio de los pescadores y al pasar por delante de una taberna escuchó música, cantos y el ruido de una gran fiesta. Entró y se dirigió a la barra en el momento en el que los músicos tocaban un ritmo ligero y una joven se preparaba para el baile. Su pelo brillaba de óleos perfumados, su cuerpo irradiaba la excitación de la fiesta y en la sonrisa de su boca se traslucía la sensualidad de las risas y los besos.
Bailaba descalza y embelesada, como si abrazara cuerpos invisibles que nadie veía, como si besara labios entreabiertos que se inclinaban sobre los suyos deseándola, como si sobre su cuerpo se derramaran caricias y gozara de esos cuerpos invisibles en los inusitados arrobamientos de su danza. Quizás alzaba su boca hacia frutas preciosas y dulces, y sorbía vino ardiente cuando echaba hacia atrás su cabeza y su mirada llena de deseo se dirigía hacia lo alto. Y así proseguía enajenada moviéndose, entregada al irresistible poder de lo que la dominaba.
Cuando la música acabó la joven se detuvo y permaneció inmóvil delante de todos. Era la expresión más viva del placer, una bella flor única que acabara de abrirse mientras una multitud de ojos la miraban ebrios de vino y de vicio. Y mientras Alessandro la contemplaba tuvo la inspiración: ¡la danza!. La relación de la vida, cuya sustancia es el tiempo, con eso que sin saber qué es llamamos eternidad sólo es comprensible desde el ancestral y heraclíteo símbolo del anillo. El sucederse de las cosas y los mundos no es más que un baile, el perímetro de una circunferencia, una rueda que gira sobre su eje, un ciclo que se repite eternamente.
- "Sólo el arte nos instruye sobre esta misteriosa relación, -empezó a razonar-. El arte simula detener el tiempo, aglutinar el gerundio del vivir y seducir con una apariencia de belleza. Si los rostros pasan como la danza, el arte fija nuestro rostro y nos devuelve la imagen de nuestra propia cara. Simula así transformar el tiempo en «eternidad», y permite al hombre seguir el antiguo consejo apolíneo: 'conócete a ti mismo'. Nuestro rostro, o sea, alguien familiar pero desconocido a la vez, nos mira desde el espejo y nos muestra todo lo insólito de nosotros mismos. Sólo es prudente dejarse llevar por lo que muestra el espejo y su indefinida multiplicación de las cosas".
Cuando con alborozo le contó su descubrimiento a Giulio, éste se quedó pensativo y tras un instante le dijo:
- "No seas ingenuo Alessandro. ¿Pero qué poder tiene el arte frente a la obsolescencia de la realidad y su reflejo espectral? No responde a la pregunta filosófica que se dirige irresistiblemente a la trama del tiempo que teje y desteje la vida. El del ser humano es el destino fatal del león enjaulado que repite un monótono camino circular sin saber que afuera hay praderas y montañas".
- "En efecto, Giulio, así es -le respondió-. Pero porque el conocimiento de un destino tan duro sería insoportable. Por eso los dioses, apiadados de nosotros, nos conceden la gracia del olvido, el consuelo de no saber. ¿Qué es un destino no sabido? El juego de niños de la libertad. Donde cabe lo imprevisible cabe la novedad y la consiguiente apertura e incompletitud. El destino es tiempo congelado, y el tiempo es la corrosión de ese destino. Este será, pues, en lo sucesivo el lema de mi vida: Convertir el ultraje de los años en una música, en un rumor, en un símbolo".
Por fin Alessandro se sintió alegre en la soledad y en la calma, y miraba horas y horas el cielo claro y vibrante dominado por pensamientos inexplicables. Sus ojos se embriagaban con los brillantes colores de los ramos sobre los que se derramaban los rayos del sol. El silencio acogía sus sueños en las horas solitarias del crepúsculo que seguían luego cuando la noche se deslizaba en su cuarto y permanecía ante la ventana sumido en las sombras. El aire volvía a estar lleno del intenso perfume del azahar y de las rosas que sobresalían por la valla del jardín, y se mezclaba con el aroma de los jazmines y las madreselvas que trepaban abrazando los troncos de los árboles.
- El placer y el tiempo - - Página principal: Alejandra de Argos -