Ayer, algunos privilegiados, asistimos en el Liceu a una representación de Andrea Chenier perfecta. Cuando la ópera alcanza ese grado de perfección, rarísimo por otra parte, y el público se entrega como el de ayer en el Liceu, los amantes de la ópera comprendemos lo que quiere decir Riccardo Muti sobre la dificultad del arte de la dirección: “… yo creo que estoy en la mitad del camino, y estoy seguro de que nunca llegaré a la otra orilla del río, porque detrás de las notas, habita el infinito, que significa Dios, y nosotros somos demasiado pequeños ante Dios”. El gran atractivo era el debut en ¡España! de Jonas Kauffman (¡48!) cantando ópera escénica, por lo que el lleno era total y la expectación indescriptible.
Autor: Alfonso Cortina
Ayer, algunos privilegiados, asistimos en el Liceu a una representación de Andrea Chenier perfecta. Cuando la ópera alcanza ese grado de perfección, rarísimo por otra parte, y el público se entrega como el de ayer en el Liceu, los amantes de la ópera comprendemos lo que quiere decir Riccardo Muti sobre la dificultad del arte de la dirección: “… yo creo que estoy en la mitad del camino, y estoy seguro de que nunca llegaré a la otra orilla del río, porque detrás de las notas, habita el infinito, que significa Dios, y nosotros somos demasiado pequeños ante Dios”.
El gran atractivo era el debut en ¡España! de Jonas Kauffman (¡48!) cantando ópera escénica, por lo que el lleno era total y la expectación indescriptible.
La producción es del Covent Garden y la mise en scène de David McVicar, sobria y elegante, muy adecuada para una ópera verista.
La primera aria cantada por Kauffman L’Improvviso mereció una larguísima y entusiasta ovación y, a mi entender, predispuso al público a vivir una noche memorable. Pero, de hecho, tanto Sandra Radvanovsky en "Maddalena", como Carlos Álvarez en "Gerard" estuvieron a la altura de Kaufmann.
Jonas Kaufmann i Sondra Radvanovsky. (© Antoni Bofill)
Radvanovsky en el aria principal de su personaje La mama morta consiguió suspender el tiempo y lograr, en el segundo posterior a su finalización, que los espectadores pasaran de un silencio religioso a una explosión de 120 dB.
Álvarez, al que he visto en diversas ocasiones pero nunca tan redondo, estuvo ayer sublime con una intensidad dramática y fraseo perfectos en su primera aria Nemico della patria que puso al teatro de pie.
La orquesta y el director Steinberg estuvieron solamente correctos con algunos fallos de solistas y el coro bien sobre todo en la escena tercera del juicio.
Pero a nadie le importó. Todo el mundo estaba feliz con los tres divos. La ovación final duró 15 minutos.
El Liceo ha logrado con esta representación de Andrea Chenier un éxito histórico y un salto cualitativo importante.
Kaufmann en el discurso de la cena de recaudación de fondos posterior se mostró entusiasmado por la acogida “¡porqué no viaja este público conmigo!” y prometió volver.
Estos éxitos son internacionales y cimentan el prestigio de un teatro de ópera.