Era el verano de 2013 cuando el artista escocés Peter Doig regresaba a su tierra natal como un hijo pródigo. La National Galleries of Scotland realizaba una exposición retrospectiva del artista llamada No Foreign Lands (No hay tierras extrañas). Era la primera vez que exponía en su ciudad de origen. Con este título parecían querer explicar la esencia y el corazón del pintor así como su obra, ya que Peter Doig, nacido en Edimburgo en 1959, había dejado pronto su ciudad para ejercer de nómada por distintos lugares del mundo.
imagen: Peter Doig en la National Gallery de Escocia, disponible en http://www.telegraph.co.uk, Julio 2013
En 1962 se trasladó con su familia a la isla que le acogería definitivamente años más tarde, Trinidad, abandonándola a los pocos años para vivir en Canadá. Este cambio fue el origen de una serie de obras realizadas posteriormente, en los años noventa, en las que Doig presentó aquellos paisajes invernales y nevados de su infancia y juventud, como en White Creep. Más adelante, en 1979, su inquietud le llevó de nuevo a Gran Bretaña y, en Londrés, estudió Bellas Artes en la St Martin's School of Arts y en la Chelsea School of Arts. ¿Fue aquí cuando se enamoró de pintores como Edward Hopper, Paul Gauguin o Edvard Munch?
Los críticos y estudiosos no le llaman «nómada» por capricho. En los años ochenta regresa de nuevo a Canadá, concretamente a Montreal, a sus paisajes nevados, a sus enormes lagos de aguas quietas en los que flotan canoas, algunas con personas solitarias que parecen estar ajenas a todo lo que pasa a su alrededor. Fue uno de estos temas, Canoa blanca, la que años más tarde, en 2007, le convirtió en toda una celebridad al ser subastada por casi diez millones de dólares, un auténtico récord para un artista europeo vivo.
imagen: Canoa Blanca 1990-91, disponible en http://www.saatchigallery.com/, 2015
Sin embargo, para alguien que había decidido alejarse de toda la parafernalia del comercio de arte, esto suponía un serio problema a la hora de crear. Según un artículo del New York Times, el pintor decidió no vender más sus obras al coleccionista Charles Saatchi, responsable de esta venta: «Estaba muy nervioso después de la venta. (...) La gente hablaría más del precio de la obra que del propio trabajo. Además me hacía más difícil pintar. Me preguntaba, ¿por qué lo hago? ¿Estoy haciendo más ricos a los ricos?»
A pesar de estos miedos, el artista ya había sido reconocido por la crítica como uno de los grandes pintores contemporáneos del siglo XX. Fue nominado al premio Turner en 1994 y, ese mismo año, recibiría el premio Elliette von Karajan, además de convertirse, en 1995, en el comisario de la Tate Gallery de Londres.
Durante estos años, uno de sus trabajos más conocido y valorado fue la serie de pinturas basada en uno de los edificios del arquitecto suizo Le Cobursier, Unité d’Habitation, en el que trataba de reflejar su preocupación por la relación de la naturaleza con la obra del hombre. Después de fotografiarlo a placer, plasmó en grandes lienzos el fuerte contraste entre aquel sobrio edificio de hormigón y la vegetación que parecía engullirlo, en medio de trazos impresionistas azules, rojos y amarillos.
imagen: La Casa del Arquitecto en el Barranco 1991, disponible en http://www.saatchigallery.com
Esta relación con la naturaleza, con el entorno en el que vive, se hizo especialmente importante cuando decidió establecerse de nuevo en la isla de Trinidad, en 2002. En Puerto España abrió su taller de pintura y, otra vez cámara en mano, se empapó de los paisajes y de los habitantes. La cámara, las postales o los recortes de periódico se habían convertido en sus más fieles aliados a la hora de conservar en la memoria todo lo que veía y, a partir de ellos, creaba sus cuadros ya dentro del taller, no en una creación fotorrealista, sino impresionista y abstracta.
En esta etapa, retrató sobre todo una naturaleza salvaje, con gran influencia de Gauguin, en la que se cuela de vez en cuando algún personaje solitario, dibujado de forma esquemática, en medio de los fuertes colores llenos de vida del paisaje.
Imagen: Pelicano (Ciervo) (2003), disponible en http://peterdoig.mbam.qc.ca/
Cómo él mismo reconocía, trataba de homenajear a sus pintores favoritos, pero sin que sus obras fuesen simplemente exóticas o representaran un mundo idílico y primitivo, sino con una visión propia de ese mundo que lo rodeaba, un mundo que se transformaba según el momento y el observador. Muchos estudiosos han hablado del carácter onírico y misterioso de algunos de sus cuadros y de la contradicción y la paradoja que encerraban: si en un primer vistazo parecen accesibles y cercanas, después se van convirtiendo en algo mágico y misterioso.
Han sido muchas las exposiciones que se han hecho a lo largo de los años sobre la obra de Peter Doig. En 2005, siendo profesor de la Academia de Bellas Artes de Düsseldorf, tuvo lugar una exposición en la Pinakothek der Moderner de Munich sobre su obra, donde destacaba, entre otras imágenes, la de un viejo roquero que miraba de frente a los visitantes, sentado en una pequeña barca, en la composición llamada One hundred years ego.
Imagen: Hace 100 años (2001), disponible en http://peterdoig.mbam.qc.ca/
Más tarde, en 2008, la Tate Gallery de Londres expuso dos décadas de creación del artista, con más de cincuenta pinturas al óleo y trabajos sobre papel y en la que mostraba a un Peter Doig pintor de sueños y de mundos alternativos, llenos de fantasía combinada con recuerdos e imágenes de su memoria. Después, tuvieron lugar las muestras del Musée d’Art moderne de la Ville de Paris y de la Contemporary Fine Arts de Berlín, hasta regresar a su ciudad natal con la exposición ya mencionada, No hay tierras extrañas, que se trasladaría después a la Montreal Museum of Fine Arts, a principios de 2014, destacando en ella sobre todo la muestra de cuarenta carteles de películas que Doig pintó para las sesiones de cine del studio filmclub, instalado en su propio taller.