Paula, con sus ojos cerrados, su trenza baja, deshecha y sus proporciones de tronco solo podía salir del corazón de un tilo... Parece no pertenecer a ningún tiempo en la historia, ni a una tierra de origen: podría ser del Mediterráneo, lo mismo que ser hermana de las figuras hechas por las tribus polinesias.
Esta escultura del artista Jaume Plensa (Barcelona, 1955) nos ha llamado poderosamente la atención en la 33 edición de ARCO que acaba de clausurarse y que nació envuelta en la guerra de las cifras. El último informe publicado por Artprice constata que las ventas en nuestro país se han desplomado más de un 60%. Además, el Gobierno decidió adelantar la rebaja del IVA artístico antes de que se celebrase ARCO para insuflarle aire y evitar que se ahogue.
En medio de toda esa polémica encontramos a Paula, aparentemente dormida y extrañamente sola y distante en stand de la Galería Lelong. Nos pareció un imán de paz, de introspección, de espiritualidad y sobre todo de autenticidad en medio de un mar de ruido, mercado, fluctuaciones, cámaras y, a veces, cierta vacuidad.
Paula es una de las representaciones de niñas de Plensa basadas en modelos reales. Tiene unos nueve años y los ojos ampliamente cerrados en señal de una energía interior que está, de alguna, manera iluminándonos. Parece que piensa en el pasado y también en el futuro. Es intemporal. Y, por tanto, genera una sensación de fragilidad mezclada con toneladas de potencia que nos hacen viajar a un mundo interior.
De rasgos más bien latinos, Paula, también recuerda a una niña oriental, es, al final, la concreción de la figura humana en las razas pero sobre todo en la belleza: El tótem. Y nos transporta de inmediato a las figuras de los Moais aquellas imponentes estatuas que debían situarse con sus rostros hacia el interior de la Isla de Pascua y que tras encajarles unos ojos de coral o roca volcánica roja se convertían en la representación de un ancestro.
Para Plensa el cuerpo humano es el eje central de su obra, quizás, porque el cuerpo y sobre todo la cabeza, la cara, son los contenedores del cerebro y, también del alma. "No hay que confundir el cerebro con lo cerebral. El cerebro es el lugar más salvaje de nuestro cuerpo. Dejémoslo actuar", dice el artista.
Sus caras se alargan en búsqueda de la espiritualidad y, por lo tanto, la regresión a El Greco es inmediata. Son "como la llama que nace de la tierra" dice Plensa como sí nos hablara también el pintor de finales del Renacimiento toledano.
Paula es una obra tremendamente bella y precisa. Rotundamente poética. Hay mucho de austeridad y concreción en Plensa “Busco la austeridad en el mensaje. Has de hacer una botella tan pura como puedas para que proteja el mensaje en el viaje, pero sin perder de vista que lo importante es el mensaje que contiene”.
En esta búsqueda de la austeridad, o lo que nos parece más bien, un afán de pureza, Plensa trabaja con materiales que, en seguida, relacionamos con la la luz, con lo blanco, casi con el silencio y la calma. El alabastro, el mármol, el hierro fundido pintado de blanco al que incorpora luz.
Paula, sin embargo, está hecha de un material muy poco habitual en su producción: la madera, más caliente y orgánica. Y escoge el tilo.
La madera de tilo tiene un color muy claro, reposado, un amarillo pálido, que nos hace pensar en ese árbol de gran porte y hojas de poder calmante. Recorrimos con la mano sus nudos y la superficie extraordinariamente lisa y fina de ese corazón de un tilo centenario. Y pensamos de nuevo en esa reflexión de Plensa: "... Soy mediterráneo y tengo los ojos en los dedos, necesito tocar y he intentado integrar conceptos intangibles como luz, poesía, sonido, mundo interior, en algo palpable, físico, que puedas acariciar. Me gusta la interacción con mi obra. Hay en mi trabajo la voluntad de dirigir la obra al ser humano".