Alejandra de Argos por Elena Cue

La Religiosa. Denis Diderot

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Sospecho que mucho antes que Denis Diderot escuchara en casa de Madame d’Epirey la historia que había conmocionado en la primavera de 1758 a los círculos progresistas parisinos sobre los infortunios de la joven religiosa Marguerite Delamarre, ya sobrevolaba sobre su brillante cabeza la idea de escribir acerca de la vida en los conventos franceses de la primera mitad del siglo XVIII. Diderot nunca olvidó el triste final de su querida hermana en el convento de las Ursulinas de Langres, su ciudad natal, donde fue recluida por su débil salud mental. La historia de Marguerite Delamarre comenzó cuando sus padres, con a penas tres años, la enviaron a un convento donde permaneció hasta su muerte a pesar de sus desesperados intentos de abandonar una vida de privaciones y sacrificios.

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Sospecho que mucho antes que Denis Diderot escuchara en casa de Madame d’Epirey la historia que había conmocionado en la primavera de 1758 a los círculos progresistas parisinos sobre los infortunios de la joven religiosa Marguerite Delamarre, ya sobrevolaba sobre su brillante cabeza la idea de escribir acerca de la vida en los conventos franceses de la primera mitad del siglo XVIII. Diderot nunca olvidó el triste final de su querida hermana en el convento de las Ursulinas de Langres, su ciudad natal, donde fue recluida por su débil salud mental.

La historia de Marguerite Delamarre comenzó cuando sus padres, con a penas tres años, la enviaron a un convento donde permaneció hasta su muerte a pesar de sus desesperados intentos de abandonar una vida de privaciones y sacrificios. Su desesperación le llevó a recurrir a todas las instancias eclesiásticas y civiles a su alcance, pero naturalmente todos sus recursos fueron desestimados y murió sin conseguir su ansiada libertad. La noticia impactó de manera muy especial en el espíritu de un librepensador amigo de Diderot, el marqués de Croismare, quien trató de ayudar a la religiosa sin fortuna a pesar del tiempo y dinero que dedicó al asunto. Este hecho y el profundo malestar, por esa práctica tan común de la época de recluir en conventos a las jóvenes con poca fortuna física y económica, fueron la excusa perfecta para que Diderot escribiera esta singular novela: “He comenzado a escribir La religiosa y estaba en ello aún a las tres de la noche. Escribo a vuela pluma. Ya no es una carta, sino un libro. Contendrá cosas verdaderas, patéticas”. Con estas palabras le relataba a su querida amiga la escritora Louise d’Epinay el trabajo que había comenzado. La religiosa escrita en un estilo directo, casi como si de un informe se tratara pero sin perder su fuerza dramática, confieren a la obra un carácter de autenticidad que revelan el terrible fondo de una realidad que comenzaba a salir a la luz.


La religiosa, es una auténtico tratado sobre la mujer, donde Diderot hunde su pluma para profundizar en problemas cruciales de la existencia humana, aquellos que conservan su vigencia a pesar de que el mundo haya cambiado de forma radical. Francia el país más desarrollado intelectual y culturalmente de la segunda mitad del siglo XVIII, mantuvo durante mucho tiempo las ataduras morales del Antiguo Régimen, el orden social establecido tardaría en asumir las premisas de la Ilustración. La religiosa es un relato en forma epistolar, escrito en primera persona por su protagonista Suzanne Simonin, una bella e inteligente joven que se ve primada contra su voluntad de la vida a la que parecía destinada. La voz de Suzanne denuncia asuntos tan universales como; el papel de la mujer en la sociedad, los entresijos de los conventos y las ordenes religiosas, el fanatismo culpabilizador de la Iglesia y el cinismo de la sociedad intolerante de su tiempo.

 

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El centro de la cuestión de la novela está en el protagonismo de la mujer y su búsqueda de independencia a través de la idea de tener un pensamiento autónomo y ser libre para ejercerlo. Ser fiel a si mismo, no asumir las culpas de otro, no poner el nombre de Dios en vano, son algunas de las reflexiones de la novela. Dilemas morales básicos todavía hoy en nuestra sociedad y que a Diderot le sirven para convertir la experiencia del otro en el elemento central de la reflexión sobre el mundo.

No estamos ante la negación de un Dios verdadero, ni de la fe, pero si frente a la denuncia de una religión negadora de lo más preciado que tiene el hombre, la libertad. El anticlericalismo al que se refiere Diderot es aquel que coarta la libre elección y obliga en nombre de Dios a una existencia impuesta, sórdida y cruel hasta sus últimas consecuencias. La novela es casi un tratado del comportamiento femenino frente a las obligaciones impuestas de manera arbitraria y definitoria por una sociedad castradora y un canto a la tolerancia. Vocaciones forzadas, vidas indignas y trabajos sin sentido se mezclan con el fanatismo, la melancolía, la histeria, la sexualidad, la reclusión y la crueldad de un mundo dogmático de castigos eternos, oscuro y sin control, ajeno a los valores individuales y a la razón que comenzaban a sentirse con los ilustrados.

La novela apareció por entregas a partir de 1780 en La Correspondencia Literaria de Grimm, una especie de periódico manuscrito al que solo tenían acceso contados personajes de la aristocracia europea, y no sería conocida por el público hasta 1796. Diderot no llegó a verla impresa lo que impidió que su autor pudiera defenderse de la acalorada controversia que suscitó.

No podemos olvidar que Denis Diderot es uno de los personajes que más han ayudado a cambiar de manera radical la mentalidad del mundo civilizado. Él es una de los astros de la pléyade de grandes ilustrados, cabeza universal capaz de interesarse por todo con sabiduría y originalidad. Su pensamiento se ha enfrentado a los grandes retos de nuestra historia con una prosa excepcional y sigue siendo una guía para entender el discurrir de la vida y de nuestra propia existencia. No hace falta leer entre líneas para darse cuenta de la vigencia de esta obra que no ha perdido sentido desde que en 1760 Denis Diderot comenzará a escribirla.

 

- La Religiosa. Denis Diderot -                                              - Alejandra de Argos -