Vi tus ojos clavándose en mi respuesta. "SI". Salió de una parte oscura e insospechada de dentro de mi.
Recordé exactamente esa sensación y la necesidad de respirar aire puro. De sudar y sentir la velocidad, un pulso extremo. Apreté las piernas sobre el sudor grisáceo y espeso de la capa blanca del caballo. "Imperioso", recordé. Palpé, a través de las riendas y mis manos, el hierro del bocado envuelto en espuma, oí su ruido, su sufrimiento y aún así, clavé las espuelas exigiendo la furia.
Levanté los ojos de mis guantes para mirar al frente y tragarme todo lo que cabía en aquella tarde tan fría y, en seguida, vi el brazo de esa encina convertido en una lanza. Supongo que me derribó como en aquellas afrentas de caballeros medievales, de escudos, princesas y ballestas.
Abrí los ojos, comprobé el ángulo en el que me encontraba, la horizontal. Mi ojo derecho, más aplastado, intuía a su distancia inmediata, una masa de tomillo leñoso y un hormiguero; el ojo derecho, más capaz de calcular la lejanía, informaba de un camino estrecho casi a la distancia de mi mano, la superficie de un charco de lluvia reciente y un bosque espeso del otro lado. La mirada sólo abarcaba hasta la mitad de las copas. Me concentré en sentir algo más, alguna respuesta de mi cuerpo. Sentí el dolor intenso en el brazo aplastado por mis costillas y, mi mano fría. No sentí nada más. Salvó la temperatura muy caliente de mi pecho hasta la cabeza y la sensación de un peso imposible. También mi mejilla aplastada contra una piedra, notaba su relieve, sus oquedades y su frío adaptado a mi piel. Respiré, muy superficialmente un olor a humedad y a musgo. Entonces noté como una hormiga empezaba a trepar por mi frente, tan simple y absolutamente poderosa sobre mi inmobilismo. Me acordé de las tardes leyendo Gulliver a las niñas. E intenté gritar tu nombre, pedir auxilio, pero una bola de sangre me lleno la boca y pareció inundar mi nariz. Entonces fui consciente de la muerte. Quise cerrarme más aún dentro de mi, adoptar forma de concha, no tuve miedo, busqué la intimidad, me concentré en recuperar tu sonrisa, en ese SI y en la ilusión de toda una vida nueva por delante. Y me limité a notar el dolor. La presión casi roja en los ojos.
El tiempo perdió su medida. Y se volvió todo oscuro.
Sin saber a qué mundo pertenecía, acabé notando una mano áspera que me abría un ojo. Un aliento caliente a hombre sucio y a bar.
Oí, "Tié las pupilas dilatás y un hilo de sangre que sale por la nariz".