Las obras de Cragg están generadas por una raíz central a partir de la cual se desarrollan numerosas ramificaciones, reflejando la naturaleza. Considera que la escultura es una de las pocas vías a través de las cuales el ser humano tiene la capacidad de crear nuevas formas que no pertenezcan al mundo funcional.
Cuando se escucha hablar a Tony Cragg (1949) se identifica el acento de su Liverpool natal y el de los Beatles. Con ellos comparte, además, la misma década y, sobre todo, haber llegado al firmamento de las estrellas del Arte. A Cragg le interesó la geología desde niño. Con nueve años empezó a coleccionar fósiles y piedras y hoy sigue haciéndolo. Su padre, un ingeniero eléctrico, trabajó para la empresa aeronáutica en proyectos de aviones militares: el Cometa, el Tridente o el Concorde. Cragg no estudió Arte, pero en su primer trabajo para un laboratorio de caucho empezó a dibujar. Le gustaba tanto hacerlo que, en 1969, se matriculó en una escuela de Cheltenham, al oeste del Reino Unido. Aquello fue una revelación. Entre clases de cerámica y otras asignaturas empezó un curso de escultura que marcó el principio de esta historia. Cragg acabó finalmente afincándose en Alemania allá por 1977, donde llegó a alcanzar el rectorado de la Kunstakademie de Düsseldoff,
Para este artista el mundo material está en constante conversación con nosotros y todo cuanto percibimos nos afecta de alguna manera: “Si estoy hablando con alguien y miro su cara, percibo los detalles más sutiles”. Una media sonrisa o una mueca, también unos ojos grandes o una determinada forma de cabeza supondrán un significado para él. Leer una pequeña zona de nuestro cuerpo le ofrece una cantidad ingente de datos útiles para juzgar nuestro estado emocional.
Cragg es agnóstico. Solo cree en el Arte y la escultura se ha convertido en su política y en su religión. Afirma que la naturaleza que nos rodea y que ha tardado billones de años en conformarse es fantástica, enormemente complicada y cargada de significado. También pienso que, quienes vivimos en la ciudad, estamos sumergidos en cosas que nosotros mismos hemos creado: ropa, muebles, coches, edificios; como una capa que se interpusiera entre nuestro cuerpo desnudo y la tierra desnuda. Y eso es precisamente nuestra cultura, lo que nosotros hemos construido.
Sabe desde joven que antes de él hubo tres generaciones de escultores contemporáneos. La de Henry Moore, Hepworth y Chadwick. La de Anthony Caro, Phillip King y otros escultores del metal. Y tras ellos, en 1969 y 1970, la generación de Richard Long, Gilbert and George y Barry Flanagan.
Las obras de Cragg están generadas por una raíz central a partir de la cual se desarrollan numerosas ramificaciones, reflejando la naturaleza. Considera que la escultura es una de las pocas vías a través de las cuales el ser humano tiene la capacidad de crear nuevas formas que no pertenezcan al mundo funcional. Más bien, es algo en lo que pensar, una forma de expresión y, llegado a este punto, reconoce haber pasado 55 años en su taller, reflexionando y observando la materia, que puede ser infinita.
Fue un estudiante pobre que contaba el material que se podía permitir o incluso el que no había que pagar. Utilizaba todo cuanto encontraba o robaba, ladrillos, trozos de madera o de plástico. Aquella etapa fue básica para él y supuso el principio de la construcción, el vocabulario con el que entendió que los materiales tienen distinta resonancia.
A este escultor, con sabiduría de científico alquimista, nunca le interesó desarrollar un estilo propio, sino distinguir entre materiales y observar sus múltiples facetas. Muchos con los que trabaja están hechos por el hombre: bronce, cristal, plástico, acero, contrachapado -no le gusta trabajar con árboles-. La única excepción es la piedra. Cragg explica que las esculturas de contrachapado le vienen bien porque las va construyendo desde un trozo plano recortado al que pega otro encima y otro debajo, así sucesivamente y, poco a poco, va surgiendo un volumen. Estos apilamientos se irán sofisticando a lo largo de los años. La escultura para él es adición o sustracción, y mientras lo explica, hace con las manos el gesto de cincelar. “Yo pensaba en la geología. La distribución de los materiales. Las partículas como moléculas, células de un cuerpo, estrellas en el cielo. En un momento dado, las partículas alcanzan una densidad tal que se convierten en capas. La estratificación da una sensación de tiempo y tiene algo que ver con el crecimiento”, concluye. Cerrados los años 80, Cragg irá abandonado progresivamente la estrategia de recoger y disponer, ese traer el mundo exterior a la galería, en favor de una práctica más convencional como demiurgo generador de formas espaciales.
Las Termas de Diocleciano acogen hoy su gran exposición individual. Son 18 magníficas invenciones escultóricas que reflejan un paso decisivo que no tiene que ver con la figura, sino con la esencia de la energía necesaria para vencer la gravedad. En Roma están algunas de sus columnas figura-paisaje, donde su persistente interés en las estructuras apiladas se entrelaza con sus más recientes inquietudes figurativas, en las que el rostro humano de perfil se multiplica centenares de veces para devenir un motivo plástico, abstracto, recurrente y obsesivo.
El título de esta muestra proviene de una cita de Charles Darwin en El origen de las especies (1859), donde describe la evolución de todos los organismos vivos: "Hay algo grandioso en esta concesión de la vida, con sus múltiples capacidades que al principio se dieron a unas pocas formas o en una sola y que, mientras el planeta seguía girando según la inmutable ley de la gravedad, evolucionó y evoluciona a partir de unos comienzos tan simples, para crear infinitas y bellísimas formas."
Son palabras que sirven al artista para reflejar su entusiasmo ante la riqueza de la arquitectura de la vida, desde el microcosmos al macrocosmos y su asombro por la inagotable riqueza de formas y modelos de estructuras y procesos que el mundo natural pone ante nuestros ojos. Sus obras, que se mueven en equilibrio entre abstracción y figuración, exploran las fronteras entre opuestos: vacío y plenitud, estabilidad y desequilibrio, micro y macrocosmos. Proceden de la tensión de los materiales de los que quiere extraer respuestas emocionales.
Hay choques que solo se producen en Roma. Las esculturas monumentales de las dos últimas décadas de Cragg habitan hoy en las Termas de Diocleciano. Entre estas piezas destaca la forma blanca y serpentina de Senders, una escultura de fibra de vidrio que casi roza la bóveda del gran vestíbulo. Está también Nosotros, hecha de perfiles de rostros que crean la forma de un huevo como símbolo de la perfección. Manipulaciones, es una mano que, a modo de Dánae, se ramifica como un árbol. Ola, de imponente envergadura está formada por cientos de cuerpos humanos para recordar el estado de emergencia de la Humanidad y la crisis climática, en una suerte de tsunami de la vida.
El contenedor de estas piezas como tótems es la estructura milenaria de las Termas de Diocleciano, las más grandes del mundo romano. Sus imponentes salas abovedadas y su volúmenes geométricos facilitan un encuentro deslumbrante entre la construcción del mundo antiguo y las referencias a los elementos naturales del mundo mineral y vegetal, a la geología y la biología de Tony Cragg. Además, el brillo metálico y el colorido de estas esculturas contemporáneas se mezcla con un coro polifónico de las formas antiguas: sarcófagos y estatuas de mármol, mampostería de tonos violáceos y teselas blancas y negras en los mosaicos del suelo.
En 1563, se decidió construir una iglesia en las monumentales ruinas de las Termas. Fue un proyecto de Papa Pío IV que encargó a Miguel Ángel. El arquitecto levantó una fachada de modesto ladrillo y dimensiones grandiosas. El interior se revela de forma inesperada cuando, una vez superada la rotonda de entrada, se abre el imponente crucero, en una luminosa nave de 91 metros de largo, 27 de ancho y 28 de alto, que no es otra cosa que el tepidarium de las Termas hábilmente adaptado por Miguel Ángel a su nuevo oficio sagrado. También pertenecen a las Termas romanas las columnas monolíticas de casi 14 metros, en granito rojo, que sostienen la bóveda.
Cragg tiene una sensibilidad especial y un gran conocimiento de la historia del Arte y este es el fundamento para que sus esculturas, en las que la dimensión del tiempo parece retorcerse sin principio ni fin, entren en suave sintonía con el entorno milenario que hoy las alberga. “En realidad la escultura se encuentra solo en el principio de su historia. ¿Y si estuviera naciendo ahora? ¿Y si la idea de la escultura no consiste en crear un ornamento para el mundo sino, directamente, un instrumento de investigación?”, se pregunta Tony Cragg dejándonos perplejos.
Tonny Cragg: infinitas y bellísimas formas.
Museo Nazionale Romano-Terme di Diocleciano
Via Enrico de Nicola, 78, Roma
Comisarios: Sergio Risaliti y Stéphane Verger
Hasta 4 de mayo de 2025.
- Las infinitas formas de Tony Cragg - - Alejandra de Argos -