La nueva obra del autor de la trilogía Esferas (Burbujas, Globos, Espuma) mantiene la línea de “provocación a través del pensamiento” a la que nos tiene acostumbrados el filósofo alemán, uno de los pensadores más importantes de las últimas décadas.
Cubierta del libro La herencia del Dios Perdido. Peter Sloterdijk. Traducción de Isidoro Reguera. Editorial Siruela, 2020.
Entre las muchas cosas que debemos agradecerle a Peter Sloterdijk, una de las más interesantes es el reto que nos plantea en cada uno de sus libros: nos obliga a pensar. Lejos de las lecturas banales y fáciles que abogan por popularizar la filosofía, pero que en muchos casos solo trituran los contenidos para hacerlos más fácil de pasar (y no hay que olvidar que la filosofía requiere concentración y reflexión), Sloterdijk genera ensayos profundos y fundamentados que precisan de una lectura pausada. Su figura contradice la imagen del filósofo serio: suele acudir a entrevistas y conferencias despeinado y sin calcetines, y nunca deja de sacudir al mundo (literario, filosófico y general) con sus opiniones y sus ideas. Polémico como pocos, amado y odiado a partes iguales, nada más comenzar este año 2020 se ha publicado su última obra: La herencia del Dios perdido, editado por Siruela y con traducción de Isidoro Reguera. En el texto Sloterdijk revisita la idea de la muerte de Dios, surgida a finales del siglo XIX y que la terrible I Guerra Mundial fundamentó para las décadas posteriores. Y no solo eso, sino que entronca esta muerte con conceptos como el fin de las civilizaciones y hasta de la propia Historia.
Peter Sloterdjik. Foto de Vicens Giménez en elpais.com.
El filósofo ahonda en la idea de la mortalidad y la desaparición desde el primer capítulo, El ocaso de los dioses: “El ocaso de la civilización comienza en el instante en que los habitantes del gran receptáculo cultural caen en la cuenta de que ni siquiera los sistemas humanos más sólidos del presente están construidos para la eternidad, sino que están sujetos a una fragilidad que también se denomina ‘historicidad’. Para las civilizaciones la historicidad representa lo que para los individuos es la mortalidad”. A lo largo de las páginas del libro, Sloterdijk analiza las consecuencias de la afirmación Dios ha muerto desde distintas perspectivas, tanto filosóficas como teológicas, abarcando también el terreno de la política y de los avances científicos, sociales y culturales. En los capítulos que estructuran la obra, el autor ahonda en temas como la afirmación del mundo, la gnosis, la mejora del ser humano, la idea de Jesús como “el bastardo de Dios” (entendido como una cesura o pausa entre la divinidad y el ser humano) o el imperativo místico, entre otros. De nuevo, Sloterdijk nos regala un texto profundo e inquisitivo; una lectura compleja y fascinante que nos invita a “pensarnos a nosotros mismos”, como individuos y como sociedad.
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