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- Escrito por Maira Herrero
Leer literatura en castellano tan sorprendente a estas alturas de la vida me llena de satisfacción. Chirbes ha dedicado su vida a este oficio, pero yo por ignorancia supina le acabo de encontrar en esta novela llena de hondura. Su obra es extensa, ha escrito varios ensayos, nueve novelas y tiene el reconocimiento de crítica y público desde hace más de dos décadas.
El auténtico protagonista de la narración es la vida misma contada entre monólogos y reflexiones interiores por unos personajes desesperanzados, frustrados, e impotentes ante la realidad de un país, que es el nuestro. La acción transcurre en escasos diez días pero lo que cuenta es la fantasía vivida por una España que creímos llena de posibilidades infinitas. Chirbes describe a los perdedores que nunca tuvieron opción al pastel imaginario y a los que estallaron por comer demasiado.
La dureza y hondura del libro posiblemente resida en esa sensación de entrar en un túnel que no tiene escapatoria. No sé qué hubiera pensado Camus si esta novela hubiera caído en sus manos. ¿Es tan real el nihilismo que desprende Chirbes como nuestra realidad actual?. Remover y revolver al ser humano hasta dejarlo vacío, desnudo frente a un espejo que le devuelve un reflejo despiadado, sórdido y descarnado de nuestra condición humana. Quizá busque el camino para que dejemos de engañarnos sobre nuestros límites.
Recomendar su lectura me parece muy arriesgado a pesar de la grandeza del lenguaje que utiliza, y de los oasis que de vez en cuando muestra al lector para que recupere aliento en el camino tortuoso de un pensamiento sin tapujos.
A Rafael Chirbes hay que leerle con la distancia necesaria para que su prosa no te hunda en el mismo fango en el que se hunden sus personajes. Demasiado descarnada y demasiado real para dejarnos indiferentes. Hay que leer a este valenciano que no deja respiro a la condición humana y al que le preceden una obra marcada por la desesperanza.
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- Escrito por Dr. Diego Sánchez Meca
A propósito del estreno teatral en Madrid de "El nombre de la rosa"
Los chistes, los juegos de palabras ingeniosos, la ironía, el buen humor han sido siempre y son un componente equilibrador y relajante esencial en las relaciones humanas. Las diversas formas de espectáculos cómicos o las bromas que salpican nuestra conversación en los ratos de distensión, cumplen la función de provocar en nosotros la risa, que tiene un verdadero poder relajante y terapéutico de nuestras preocupaciones, angustias y problemas de cada día.
Se podría decir, que en todas estas situaciones la inteligencia juega para suscitar la risa y el placer, y de este modo crear una especie de oasis en medio del desierto de nuestra vida seria. O dicho en otras palabras: el ingenio, la ironía, el chiste, lo cómico, etc. son modos de tomarse lo serio como un juego o también de tomarse determinados juegos como algo serio.
Porque la risa es lo contrario de lo triste y de lo rígido. El reir es despreocupado, ligero, surge de la fuerza que da el disfrute y el bienestar. Y es el deseo de aumentar e intensificar la risa lo que incita y estimula el ingenio, la ironía y la parodia, que no son esencialmente otra cosa que formas inteligentes de la crítica. De manera que cuando más gozosa y más divertida es la risa es cuando la crítica irónica o paródica o cómica contra personas, sucesos, decisiones, instituciones, etc. muestran la faceta ridícula de lo más grave y la estupidez de lo más serio. Por eso la risa tiene tan inmenso poder disolvente y destructivo, y representa el arma más eficaz contra el temor a la autoridad, el respeto a la verdad, la obediencia a la ley o la veneración de lo sagrado.
¡Qué misterio y qué enigma, pues, que la risa sea lo más peligroso que existe cuando se dirige contra el orden establecido! Y esto tanto en la política como en la ciencia como en la religión o en la moral o como en las relaciones sociales. Porque derrumba las pretensiones de absolutos y de sagrados con que se nos presentan las leyes, las costumbres, las verdades, los principios, las creencias o los usos. La burla los descompone. Deshace aquello a lo que se dirige al mostrar el lado ridículo que siempre oculta lo sublime y lo grande, pues todo lo grande tiene siempre un lado por el que se acerca extrañamente a lo pequeño. Decía Maquiavelo: “Se mata mejor con la risa que con la cólera”.
Se comprende, entonces, por qué ningún totalitarismo soporta la risa y la diversión. La estrategia de la dominación política es siempre la estrategia del miedo, y el humor es el mejor arma para disolver este miedo. Esta es, seguramente, la reflexión que suscita lo que dice Jorge de Burgos -el monje ciego de la obra de Umberto Eco, El nombre de la rosa-, para justificar el asesinato de todos los que habían leído el segundo libro de la Poética de Aristóteles, perdido desde la Antigüedad y encontrado por azar en la biblioteca de su viejo monasterio. Se trataba de un libro sumamente peligroso, porque su tema, desarrollado nada menos que por el filósofo más grande y sabio hasta entonces conocido, era justamente la comedia y la risa:
“Cuando ríe el aldeano se siente amo, porque ha invertido las relaciones de dominación. La risa acaba con su miedo, con el miedo cuyo verdadero nombre es temor de Dios. Hay, pues, que destruir ese libro que presenta la comedia como una medicina y una liberación, porque induce a socavar el orden que sólo se mantiene con el miedo”.
Lo dogmático, lo indiscutible, lo absoluto, lo irreplicable, aquello que pesa sobre nosotros y dirige inexorablemente nuestras vidas: sólo cuando la ironía y la risa nos muestran su lado ridículo dejan de aprisionarnos con sus cadenas. Pero por eso se paga habitualmente un alto precio... Todavía hoy puede uno ser perseguido, o incluso morir, si es irreverente y bromea con Mahoma. Y es que sigue sin estarnos permitido bromear con lo que para algunos sigue siendo lo sagrado, lo perfecto y lo serio.
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- Escrito por Maira Herrero
Woody Allen nunca deja de sorprender. En su última cinta, Blue Jasmine presenta un enfoque completamente nuevo sobre la crisis económica de la que tanto y también ha hablado el cine en los últimos años. Inside Job, Margin Call, The Company Men, El Capital, son algunas de las películas que cuentan desde distintos puntos de vista, siempre masculinos, la realidad del mundo económico que nos esta tocando vivir.
Ahora la protagonista es un ama de casa, joven, guapa y neurótica, víctima de sí misma y del mundo del dinero que le rodea. Woody Allen crea personajes de carne y hueso que representan destinos humanos que reflejan sobre el espectador lo que, en un principio, se representa como materia ajena. ¿Cual es el papel de la mujer que disfruta de los beneficios económicos de su marido sin hacer preguntas y justificando de manera ingenua que no sabe nada?. Este es el drama de muchas mujeres que miran para otro lado, cierran los ojos y se autoengañan pensando que la vida es así. El ¡atrévete a pensar!, no tiene cabida en las mujeres a las que representa Cate Blanchett de forma magistral, que es incapaz de aceptar su destino, que ella misma ha contribuido a crear, y que se deja llevar por el alcohol y las pastillas.
Woody Allen es un gran conocedor del alma femenina y una vez mas carga su atención sobre una realidad que nos hace reflexionar sobre el papel de la mujer pasiva y autocomplaciente, ante una crisis que afecta a todos y a todo lo que nos rodea. Al mismo tiempo nos muestra el otro lado de la realidad, la de otra mujer, su hermana adoptiva, que vive en un mundo real, donde a las cosas se les llaman por su nombre, y donde se asumen las limitaciones.
Con un dominio de la puesta en escena insuperable, deja claro cuales son los signos externos que marcan la diferencia entre esos dos mundos de las hermanas adoptivas, y que solo el cine, sin necesidad de la palabra, coloca al espectador en situación y nos recuerda del valor que tiene en nuestra sociedad el envoltorio para reconocerse dentro de una manada.
Allen vuelve a realizar una obra maestra donde se reconoce al ser humano como un universal y no como un sujeto individual. La película adquiere vida propia y las intenciones de su autor pasan a un segundo plano para que el espectador comparta y se compadezca desde distintos puntos de vista lo que la película muestra.
Esperemos que el próximo 1 de marzo Blue Jasmine reciba el reconocimiento de Hollywood y que Cate Blanchett suba la alfombra roja como premio a su trabajo, que como ya he dicho, es sencillamente magistral.
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- Escrito por Marina Valcárcel
Vi tus ojos clavándose en mi respuesta. "SI". Salió de una parte oscura e insospechada de dentro de mi.
Recordé exactamente esa sensación y la necesidad de respirar aire puro. De sudar y sentir la velocidad, un pulso extremo. Apreté las piernas sobre el sudor grisáceo y espeso de la capa blanca del caballo. "Imperioso", recordé. Palpé, a través de las riendas y mis manos, el hierro del bocado envuelto en espuma, oí su ruido, su sufrimiento y aún así, clavé las espuelas exigiendo la furia.
Levanté los ojos de mis guantes para mirar al frente y tragarme todo lo que cabía en aquella tarde tan fría y, en seguida, vi el brazo de esa encina convertido en una lanza. Supongo que me derribó como en aquellas afrentas de caballeros medievales, de escudos, princesas y ballestas.
Abrí los ojos, comprobé el ángulo en el que me encontraba, la horizontal. Mi ojo derecho, más aplastado, intuía a su distancia inmediata, una masa de tomillo leñoso y un hormiguero; el ojo derecho, más capaz de calcular la lejanía, informaba de un camino estrecho casi a la distancia de mi mano, la superficie de un charco de lluvia reciente y un bosque espeso del otro lado. La mirada sólo abarcaba hasta la mitad de las copas. Me concentré en sentir algo más, alguna respuesta de mi cuerpo. Sentí el dolor intenso en el brazo aplastado por mis costillas y, mi mano fría. No sentí nada más. Salvó la temperatura muy caliente de mi pecho hasta la cabeza y la sensación de un peso imposible. También mi mejilla aplastada contra una piedra, notaba su relieve, sus oquedades y su frío adaptado a mi piel. Respiré, muy superficialmente un olor a humedad y a musgo. Entonces noté como una hormiga empezaba a trepar por mi frente, tan simple y absolutamente poderosa sobre mi inmobilismo. Me acordé de las tardes leyendo Gulliver a las niñas. E intenté gritar tu nombre, pedir auxilio, pero una bola de sangre me lleno la boca y pareció inundar mi nariz. Entonces fui consciente de la muerte. Quise cerrarme más aún dentro de mi, adoptar forma de concha, no tuve miedo, busqué la intimidad, me concentré en recuperar tu sonrisa, en ese SI y en la ilusión de toda una vida nueva por delante. Y me limité a notar el dolor. La presión casi roja en los ojos.
El tiempo perdió su medida. Y se volvió todo oscuro.
Sin saber a qué mundo pertenecía, acabé notando una mano áspera que me abría un ojo. Un aliento caliente a hombre sucio y a bar.
Oí, "Tié las pupilas dilatás y un hilo de sangre que sale por la nariz".
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- Escrito por Dr. Diego Sánchez Meca
Fue Hermann Hesse, junto con algunos otros autores más, quien me enseñó desde muy joven una idea de la literatura como ese refinamiento y perfeccionamiento de la vida que se consigue mediante un determinado uso del tipo de interiorización que es propio del buen arte. Interiorizar no significa, para mí, reducir a un mínimo los acontecimientos externos que se pueden contar, sino hacer coincidir el microcosmos de una serie de sucesos con el contrapunto de un determinado mensaje de la narración, y lograrlo en esa aparente detención del tiempo del mundo de lo cotidiano como sólo lo logra el buen arte.
Por eso, las novelas o cuentos de Hesse no son, en su mayoría, relatos que simplemente desgranan o reconstruyen determinados acontecimientos, sino todo un laboratorio de mediaciones alegóricas, de arqueología mítica con la que se va dando forma y modelando artísticamente un haz de significados que iluminan la existencia humana como tal.
En muchas de sus obras se ve otro mundo, incluso épocas que parecen no haber sucedido nunca. Sus antihéroes son el símbolo errante de la desdicha, arrojados a la ignominia de la historia desde donde nos miran hasta hacer doler los ojos de quienes los miramos. Y de este modo parece Hesse querer salir al paso del optimismo metafísico-retórico del humanismo clásico, europeo y occidental, para defender, en cambio, la indisoluble e inexorable unión entre pesimismo y humanidad. Esto es lo que, a mi modo de ver, expresan muchas de sus alegorías, que apuntan al germen de una felicidad que no es de este mundo, pero sólo porque requiere un peregrinar inquieto hacia un tipo de transformación interior que hace acrecentarse la experiencia del espíritu. Esta es una de las posibles claves para extraer de sus libros la riqueza espiritual que contienen, y para interpretar las mediaciones plástico-expresivas -y, al mismo tiempo, autorreflexivas- de su escritura como formas originales de entender y de practicar el arte.
Es cierto que hoy muchas de las novelas de Hesse se presentan “a distancia” respecto de nuestra sensibilidad moderna, como símbolos que "representan", en el sentido que tiene la noción schopenhaueriana de representación. Pero es que esa distancia poética de novelas como Demian, Bajo las ruedas, Narcis y Golmund, Roshalde, El lobo estepario o Sidharta es, en realidad, una distancia irónica que expresa una crítica muy atendible a ese dogma indiscutido para nosotros según el cual no debería haber dolor en el mundo de la representación.
Es decir, la ironía que resulta de ese cierto anacronismo de Hesse en nuestro mundo de hoy se debe a que donde él se quiso situar fue justamente a medio camino entre un relato alegórico del alma del europeo moderno y una fenomenología de la conciencia desdichada del ser humano en general, que recurre al arte más alto y seductor como parodia secretamente vuelta contra sí misma. Y en este sentido, matizando la exageración y el extremismo que puede ser propio en ocasiones del espiritualismo de Hesse, esta idea tiene, sin duda, un fondo profundo de verdad, porque refleja el talante intelectual de quien aprieta los dientes con orgulloso pudor mientras busca apasionadamente la verdad en la belleza, como lo han hecho tantos filósofos y tantos artistas a lo largo de los tiempos.