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- Escrito por Marta Sánchez
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A los 10 años, una niña japonesa de nombre Yayoi Kusama entra en contacto con el mundo del color y la plástica. Enamorada desde entonces de los lunares (polka dot), empieza a realizar obras donde la fantasía y la realidad conviven en entornos en los que nada es lo que parece. Retratos de su madre plagada de lunares. Obras que pretenden reflejar las inquietantes alucinaciones que produce su propia mente… La solución que encontró Kusama para contrarrestar los efectos de su desorden mental fue, sencillamente, pintar aquello que veía. La niña Yayoi Kusama vive aún en sus Infinite Rooms, en los lunares que siempre vuelven, en las flores que brotan a medio camino entre el paraíso y el infierno.
A los 10 años, una niña japonesa de nombre Yayoi Kusama entra en contacto con el mundo del color y la plástica. Enamorada desde entonces de los lunares (polka dot), empieza a realizar obras donde la fantasía y la realidad conviven en entornos en los que nada es lo que parece. Retratos de su madre plagada de lunares. Obras que pretenden reflejar las inquietantes alucinaciones que produce su propia mente… La solución que encontró Kusama para contrarrestar los efectos de su desorden mental fue, sencillamente, pintar aquello que veía.
La niña Yayoi Kusama vive aún en sus Infinite Rooms, en los lunares que siempre vuelven, en las flores que brotan a medio camino entre el paraíso y el infierno. El mundo artístico de una de las creadoras contemporáneas más fascinantes tiene su origen en las pesadillas que nunca la abandonaron. Pero al crecer, despliega la belleza más especial ante los asombrados ojos del espectador.
Imagen: Yayoi Kusama en plena creación. Foto: Vagner Carvalheiro.
“Mi arte es una expresión de mi vida, en particular de mi enfermedad mental”. Yayoi Kusama.
Yayoi Kusama nació en Matsumoto (Japón) en 1929. Su infancia, adolescencia y juventud transcurrieron en una sociedad misógina, en la que la mujer tenía poco o nada que decir. Y mucho menos en el complicado campo del arte. En 1957, con 28 años se muda a Nueva York para buscar nuevas vías de expresión con las que dar salida a la vorágine artística que anidaba en su mente y en su espíritu. El bullicioso mundo artístico norteamericano y su predominancia masculina no impidieron que la artista llegara a convertirse en una de las creadoras más efervescentes, innovadoras y activas de su época (y de las que vendrían después). En forma de instalaciones o happenings; desde lienzos oversize a performances, la obra de Yayoi Kusama despliega desde entonces hasta hoy una variedad y una inquietud que no conocen barreras.
Nueva York (1957-1973)
Imagen: All the eternal love I have for the pumpkins (2016) – Disponible en Dallas Museum of Art
En Nueva York, la artista entra en contacto con figuras de la talla de Andy Warhol y Donald Judd. Vive en primera persona la explosión del pop art y la desbordante creatividad de los años 60 y 70, que influyen poderosamente en sus instalaciones llenas de luz, color y curvas. Es también el momento de sus famosas “esculturas blandas”, montajes realizados con telas y acolchados que desvelan un profundo temor (revelado por la artista) a la sexualidad y la penetración.
A finales de los años 60, el potente movimiento sociocultural que experimenta la escena norteamericana se apodera del espíritu de Yayoi Kusama. Ella lo abanderam creando obras en el campo del happening, las manifestaciones antibelicistas y la moda. También comienza a realizar películas a medio camino entre la cinematografía, el autorretrato y el arte, entre las que destaca Kusama Self-Obliteration (La autodestrucción de Kusama). Este filme obtuvo numerosos premios y supuso un paso de gigante para el reconocimiento artístico a nivel mundial de una artista tan innovadora como interesante.
Imagen: Infinity Mirrored Room – Love Forever 1996. Foto: Le Consortium, Dijon, © André Morin, © Yayoi Kusama . Disponible en Tate Modern
1973 es el año del retorno de Yayoi Kusama a su Japón natal. Su talento se despliega entonces en múltiples facetas; desde la ya reconocida plástica, hasta la recién descubierta literaria. En 1983, su novela La cueva de los estafadores de Christopher Street gana el 10º Premio Literario para Autores Noveles de la revista Yasei Jidai. Los 80 son la década de las primeras grandes exposiciones de la artista, a nivel mundial: su obra viaja al Museo de Bellas Artes de Calais (Francia), a Nueva York y a Londres. Viajes que culminan con la presencia en 1993 en la Bienal de Venecia, donde su Jardín de Narcisos (fuertemente influenciado y promovido por el artista Lucio Fontana) habla al espectador acerca el narcisismo vital de la creadora utilizando como lenguaje su pasión por las flores, los espejos y las formas esféricas e infinitas.
Bienal de Venecia. Jardín de Narcisos
Imagen: Yayoi Kusama en el Jardín de Narcisos, instalación creada para la Bienal de Venecia de 1993. Disponible en Khan Academy
Aunque Kusama no fue invitada de manera oficial a la Bienal, el apoyo moral y financiero de Fontana (y una autorización firmada por el presidente del Comité) permitió a la artista montar la instalación, formada por 1500 globos de plástico metalizado, en el exterior del Pabellón de Italia. Compo parte de la obra colocó dos carteles: “Narcissus Garden, Kusama” y “Your Narcissium For Sale” (Tu narcisismo, a la venta). Vestida con un kimono dorado y plateado, vendía las esferas plateadas a los asistentes a cambio de un dólar, acompañadas de comentarios halagadores sobre su trabajo. De esta manera, la obra se convierte en una crítica acerada a la comercialización del arte y su posición como objeto mercantil. Tras la experiencia, a partir de 1994 Yayoi Kusama empieza a trabajar en la creación de instalaciones y esculturas al aire libre.
Imagen: Yayoi Kusama con obra reciente. Año 2016. Foto: Tomoaki Makino. Courtesy of the artist © Yayoi Kusama. Disponible en Hirshorn Museum
Convertida ya en artista mundialmente reconocida y tras ver su obra recreada y expuesta en los mejores museos de todo el mundo, hoy Yayoi Kusama reside en un hospital psiquiátrico por voluntad propia. De él sale para trabajar en su estudio y continuar comunicándose con sus antiguas pesadillas, origen primigenio de su inquieta (y siempre dinámica) obra. Como culmen de su trayectoria, en septiembre de 2017 abrió sus puertas el Museo Kusama de Tokio, un edificio de cinco plantas dedicado íntegramente a la obra de la fascinante creadora.
Yayoi Kusama habla sobre su vida y su obra en este reportaje realizado para el canal Tate Youtube
Una obra convulsa y coherente
Si algo caracteriza a las obras de Yayoi Kusama es, sin duda, su intensidad. La artista, prolífica e innovadora, otorga una vida casi sufriente a todas sus creaciones. Desde sus primeras piezas, donde ya se percibía la presencia de la alucinación mental como parte indesligable de la estética, las obras de Kusama atrapan al espectador y le arrastran a una corriente de pasiones.
Imagen: Accumulation Sculptures. Disponible en Museo Reina Sofía
- Accumulation Sculptures. Además de las célebres performances y happenings que realizó en Nueva York durante los 60 y los 70, Yayoi Kusama creó en estas décadas sus célebres Acumulation Sculptures, en las que abandona la pintura en solitario para fundirla con formas tridimensionales. “Esculturas blandas” con claras reminiscencias fálicas y sexuales que se han convertido en un emblema de su trabajo.
Imagen: Infinity Mirrored Room – Phallis Field (1965). © Yayoi Kusama. Disponible en Hirshorn Museum
- Infinity Mirrored Rooms. Pero si hay algo por lo que la obra de esta artista sigue levantando pasiones (no hay más que recordar la retrospectiva programada por el Museo Hirshhorn de Washington durante la primavera de 2017, que rompió récords de visitantes), son sus mágicas Infinity Mirrored Rooms. Fue en los años 60 cuando Kusama empezó a trabajar en esta serie, formada por habitaciones plagadas de espejos, formas y luces, que crean ambientes destinados a transmitir sensaciones. Espacios de paz, pero también de inquietud. De color y de austeridad. De bienvenida y de terror. Porque todas las sensaciones que forman parte de la vida de Yayoi Kusama se convierten en nuestras, cuando entramos (literalmente) en sus obras.
Yayoi Kusama es toda una leyenda del arte contemporáneo que a día de hoy continúa pintando sus sueños. Y por supuesto, sus pesadillas. Tan terribles, tan atractivas y fascinantes como las de todos.
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- Escrito por Marina Valcárcel
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Abril de 1903. Paul Gaugin se apaga poco a poco en Hiva Oa, islas Marquesas, un lugar perdido en el Pacífico. Tiene 55 años y hace sólo dos había dejado Tahiti. Alcoholizado, destruido por la sífilis compra un terreno cerca de una misión católica y empieza a construir su cabaña hecha, con hojas de cocotero trenzado. Gaugin espera la llegada de los lienzos que le envía su marchante, Ambroise Vollard, para ponerse a pintar. Entre tanto, rodeado de sequoias gigantes, esculpe la decoración exterior de su casa: un friso de cinco paneles polícromos. Hay un dintel que lleva la inscripción Maison du Jouir (Casa del gozo), alimentando su fama de conquistador de adolescentes. En esta cabaña Vaeoho Marie-Rose, su última compañera de 14 años, da a luz una niña en septiembre de 1902.
Paul Gaugin, Ahaoe feii? Estás celosa? (1892), Museo Pushkin, Moscú.
Abril de 1903. Paul Gaugin se apaga poco a poco en Hiva Oa, islas Marquesas, un lugar perdido en el Pacífico. Tiene 55 años y hace sólo dos había dejado Tahiti. Alcoholizado, destruido por la sífilis compra un terreno cerca de una misión católica y empieza a construir su cabaña hecha, con hojas de cocotero trenzado. Gaugin espera la llegada de los lienzos que le envía su marchante, Ambroise Vollard, para ponerse a pintar. Entre tanto, rodeado de sequoias gigantes, esculpe la decoración exterior de su casa: un friso de cinco paneles polícromos. Hay un dintel que lleva la inscripción Maison du Jouir (Casa del gozo), alimentando su fama de conquistador de adolescentes. En esta cabaña Vaeoho Marie-Rose, su última compañera de 14 años, da a luz una niña en septiembre de 1902.
El interior de este pequeño santuario de creación es decorado con su mundo imaginario. Gaugin pega por las paredes las reproducciones de cuadros con los que sueña: Cranach, Derain, Puvis de Chavannes, Holbein pero también estampas japonesas y egipcias.
Morirá el 8 de mayo de 1903. A los pies de su cama, entre botellas de absenta y ampollas de morfina, aparece su último autorretrato: a lápiz sobre papel y el gesto -un dedo sobre el labio- inventado por el artista en 1889 para señalar -o imponer- su “Yo” más salvaje y rebelde. Este testamento, encerrado en una urna, solitario y que surge de la penumbra de una sala en azul muy oscuro, es el cierre de la exposición.
Alquimista
La vida de Gaugin llena la literatura desde Anatole France hasta Mario Vargas Llosa. También el cine. La estimación, en 2015, de 265 millones de euros por el cuadro Nafea faa ipoipo catapultándolo entre los tres más caros de la historia, no hacen sino acrecentar el tópico.
Gaugin es bastante más que eso. Las dos grandes exposiciones de Paris, en 2003 y sobre todo, la gran retrospectiva de 1989 ya dejaron ver que estamos ante una obra no siempre accesible a primera vista. Gaugin: el alquimista, permite llegar más lejos, deshacer el nudo que mantenía atados al artista y al mito: concentrarse en su proceso creador, 230 obras apartan la dimensión hagiográfica de este personaje de alto voltaje para adentrarse en el leit motiv de su vida: la huida hacia adelante. Diluir las fronteras geográficas, también la de las disciplinas del arte, atreverse con todo: “Yo lo que deseo es encontrar alguna esquina dentro de mi aún desconocida”, escribía a Émile Bernard en 1889.
Paul Gaugin, Retrato del artista con Cristo amarillo (1890-1891) Museo de Orsay, Paris.
Gaugin avanzaba imparable. Su ascendencia peruana y el constante cambio de residencia (Bretaña, Martinica, Arles, Tahití, Islas Marquesas) dominaban su interior salvaje: “Me voy para estar tranquilo, para liberarme de la civilización. Quiero hacer un arte simple, muy simple, para eso necesito empaparme de la naturaleza más virgen, ver sólo hombres salvajes, vivir su vida sin más preocupación, como si fuera un niño y no seguir los dictámenes de mi cerebro, con la ayuda de los principios del arte primitivo, los únicos buenos, los verdaderos”, declara a Jules Huret en 1891.
Esperamos en la cola del Grand Palais, distraídos por los castaños vestidos de ocre. Sólo unos años antes de la inauguración de este inmenso invernadero, en la exposición universal de 1889, un joven Gaugin obsesionado por las fronteras extra-occidentales rastreaba ya entre las reproducciones del templo de Angkor Wat o las bailarinas del pabellón de Java... Un clarinetista octogenario que parece salir del lema del frontón de la fachada de piedra: Monument consacré par la République à la gloire de l’art français, (Monumento consagrado por la República a la gloria del arte francés), ameniza nuestra espera y nuestras divagaciones llegan lejos... Las exposiciones en Paris tienen siempre un peso distinto.
Paul Gaugin, En las olas (1889), Museo de Arte de Cleveland, USA.
El piso superior de la exposición abarca los primeros años de creación de Gaugin. Un puñado de datos: fascinación por su abuela peruana, Flora Tristán. Pasa cuatro años de su infancia en Lima. A los 17 años se enrola en la marina y recorre el mundo. Abandona el mundo de las finanzas, vive para la pintura y prepara su huida de la civilización occidental que según él, pervierte a las sociedades tradicionales. Gaugin había nacido en Paris pocos meses después de la revolución de 1848.
Una amalgama de curiosidades, lienzos, cerámicas, cartas... que abarrotan las paredes e islas de las salas conforman un archipiélago cuya abundancia nos contagia del estallido que era, en aquellos años, la cabeza de Gaugin: su apuesta por forzar los límites de la escultura, la pintura, la cerámica... La necesidad de tallar madera, modelar arcilla; el contacto con los materiales ancestrales. El espectador se mueve entre una Leda transformada en el asa de una taza antropomorfa, una Leda lienzo y otra Leda, en fin, que emerge de un bajo relieve en madera.
Paul Gaugin, Sed misteriosas (1890), madera de tilo parcialmente polícroma. Museo de Orsay, Paris.
Epifanía tropical
El piso inferior se reserva para la epifanía de Gaugin: sus años en el trópico. Las salas se aligeran para dejar paso a lienzos de gran formato, colorido arrollador y extraño silencio. En 1891, Tahití es desde 1843 una colonia francesa con fama de paraíso de la abundancia. Allí descubre paisajes y vegetación lujuriosa que le incitan a la radicalidad sugerida años atrás por las estampas japonesas: nuevos encuadres, composiciones descentradas, figuras más planas, sombras apenas sugeridas. El pintor se aleja definitivamente de la objetividad de la retina difundida por el impresionismo y elabora un lenguaje plástico fundado en la simplificación de las formas. En las vidrieras de las iglesias o en los biombos japoneses en los que las formas se recortan en zonas de color vivo, simples, delimitadas por un espeso trazo negro, encuentra una nueva manera de pintar: el “cloisonismo” o “sincretismo”.
En el verano de 1888 se abandona a la subjetividad y escribe a Van Gogh: “No copies mucho la naturaleza. El arte es una abstracción.”.
Paul Gaugin, Merahi metua no Tehamana (Los ancestros de Teha’amana) 1893, The Art Institute of Chicago.
En Tahití, Gaugin se consagra a la representación femenina. Muchachas envueltas en una lentitud poética. No hay miradas ni comunicación aparente en unos lienzos de diálogo callado entre dos niñas en una atmósfera irreal. “Los tahitianos suelen pasear por la noche, siempre silenciosos y descalzos. Ahora comprendo por qué estos individuos son capaces de pasar horas, días enteros sin decir una palabra, sentados, mirando el cielo con melancolía. Siento que todo eso va acabar invadiéndome”, escribe.
Tahití es también su entrega a las relaciones amorosas con adolescentes. Con Teha’amana, su mujer de 13 años y a la que pinta sus mejores retratos de 1892 a 1893, pudo conocer algo más las religiones ancestrales, a pesar de que la conversación entre ellos era muy limitada, ninguno conocía el idioma del otro: “Mi nueva mujer era poco habladora, burlona y melancólica. Ambos nos observábamos: ella era impenetrable. Pronto me venció en nuestra lucha”.
Gaugin pinta en menos de dos años unos 80 cuadros, en general de altísima calidad. Los ancestros de Teha’amana: convertida en una deidad enigmática, de grandeza primitiva, a pesar de su “traje de las misiones” -los misioneros animaban a las tahitianas a vestirse con trajes recatados, en lugar de pareos-.
Paul Gaugin, Manaò tupapaú (El espíritu de los muertos), 1892, Buffalo, New York, collection Albright-Knox Art Gallery.
En los lienzos de esta época, la trama de la arpillera está muy presente. La paleta se llena de rojos, amarillos compuestos de bermellón, cadmio, ocre y diferentes tonos de azul. La capa de pintura es ligera facilitando así el secado en el clima de Tahití.
En 1893 Gaugin organiza una exposición para enseñar su obra tahitiana en la galería de Durand-Ruel y escribe un libro ilustrado, Noa Noa, que explique su pintura. Cuarenta obras llegadas en rollos son montadas sobre bastidores y enmarcas en azul, blanco o amarillo: exposición sin el menor éxito comercial.
Paul Gaugin, Oviri (1894) Gres parcialmente coloreado. Museo de Orsay, Paris.
Oviri, la salvaje
Gaugin regresa a Paris en 1894: “Se inventaba todo. Su caballete, la manera de preparar sus lienzos, el modo de usar las acuarelas. También inventaba su vestimenta con su amplia bata azul y su sombrero de astracán. Parecía un Rembrandt de 1635...”, escribe Armand Seguin. Vuelve a la cerámica y produce Oviri -salvaje, en tahitiano-, una mujer alucinada, de melena larga que aprieta un lobezno sangrante contra su pierna. Quería que estuviera sobre su sepultura. “La cerámica no es algo banal. Dios hizo al hombre a partir de un trozo de barro. La materia que sale de un horno tiene algo de muy grave desde el momento en que ha pasado por el infierno”.
Esta escultura violenta y misteriosa, se expone en la retrospectiva de Gaugin en el Salón de Otoño de 1906. Impresiona a Picasso y le ayuda, dicen, a pensar en parte Las señoritas de Avignon. Antes de morir en Iva Oa, soñaba con volver a Europa. Había elegido un país donde desarrollar por última vez “un nuevo exotismo arcaico”: ese país era España.
Gauguin l'alchimiste : l'exposition
Gaugin: L‘alchimiste
Grand Palais
3 Avenue du Général Eisenhower, Paris
Comisarias: Claire Bernardi y Ophélie Ferlier-Bouat
11 de octubre 2017-22 enero 2018
- Gaugin, el ultra salvaje - - Página principal: Alejandra de Argos -
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- Escrito por Maira Herrero
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David Hockney. Photo: Jean-Pierre Gonçalves de Lima.
Hedonista, riguroso, metódico, estudioso y trabajador incansable son algunas de las señas de identidad de David Hockney, uno de los artistas plásticos más populares de nuestro tiempo. De nuevo vuelve al Guggenheim de Bilbao, para presentarnos uno de sus últimos proyectos. Hockney ha pasado dos años y medio en su estudio de los Ángeles trabajando compulsivamente para dar forma a esta insólita galería de retratos.
En la primavera de 2013, la trágica muerte en Bridington de uno de sus colaboradores más queridos, aceleró su vuelta a California y después de unos meses de inactividad volvió a retomar el trabajo como un reto a la crisis existencial que le había producido la pérdida de su amigo. El retrato siempre había sido una constante en su obra y la vuelta a él un aliciente importante. El trabajo es lo que me empuja a seguir adelante, solo así entiendo el sentido de la vida.
Hockney colocó a sus modelos en un pequeño escenario, algo elevado, contra un fondo neutro y después de encontrar la actitud adecuada, marcó en el suelo la disposición de los pies. El esquema siempre fue el mismo, primero dibujar con carboncillo la silueta del modelo para inmediatamente después comenzar a pintar en sesiones maratonianas de 7 horas con el objetivo de finalizar cada retrato en tres jornadas, incluso menos cuando sus modelos carecían de ese tiempo. La exposición está ordenada cronologicamente, todas las obras mantienen un formato único, las composiciones son muy semejantes, en un escenario único, los modelos aparecen sentados en la misma silla y todos los retratos son de cuerpo entero, excepto el de los jóvenes Barringer, 16 y 17 julio de 2014, situados en una posición más adelantada que impide la visión completa.
David Hockney. Barry Humphries (Marzo 2015)
La muestra nos hace pensar que estamos ante un ensayo sobre el cuerpo humano, donde la edad, el sexo y la personalidad configuran una cartografía que deja abierta las puertas al observador que sustituye al pintor para analizar y comparar a unos personajes con otros. Tipos, que a excepción de algunas figuras del mundo del arte son completos desconocidos del público y que queda en situación de vulnerabilidad frente al ojo que les observa.
El uso de pintura acrílica y la intensidad de una gama cromática muy pequeña, azul y verde, frente a un variadísimo vestuario, suscitan una particular vibración en la retina que transluce la vitalidad del pintor y el trazo enérgico de su pincel.
Los retratos de Hockney se balancean entre la representación y la revelación. Siempre hay una relación emocional con sus modelos, un intercambio íntimo, uno y otro se observan durante horas, él los ha elegido y cuanta más íntima es la relación, más capas de pintura se superponen en la imagen como si cada una de ellas fuese una aproximación al espíritu del retratado. Él siempre dice que, Es mucho más fácil captar el parecido de alguien que conoces. Visualiza los rasgos más complejos y los plasmas de manera simplificada.
David Hockney. Edith Devaney (Febrero 2016)
Hay algunos retratos muy especiales, uno de ellos es el que abre la muestra, JP Gonçalves de Lima, 11,12,13 de Julio de 2013. Es un retrato sin rostro de un hombre cabizbajo que esconde su desesperación detrás de sus manos como expresión de un dolor insoportable. El modelo es uno de sus ayudantes y muchos han visto en él al propio Hockney cuando todavía estaba haciendo el duelo por su amigo. Parece que el famoso cuadro de Vicent van Gogh, Anciano en Pena (En el umbral de la eternidad) fue una referencia para la composición. Otro lienzo que llama la atención, es el retrato del único niño que aparece en la serie, Rufus Hale,23,24 y 25 de noviembre de 20015, hijo de la artista inglesa Tacita Dean, cuya madurez y determinación fascinaron de tal manera al pintor que quiso incluirlo en su galería. Bing McGivray, gran amigo de Hockney, aparece tres veces retratado con indumentarias varias y actitud muy relajada, su mirada de complicidad hace pensar al espectador que es un conocido que espera que le saludemos. Punto y aparte son los retratos de sus hermanos, Margaret y John cuyas personalidades conoce perfectamente y que se transluce en cómo define sus facciones, y como juega con la colocación de la cabeza, la postura del cuerpo, el gesto de las manos y su indumentaria. El retrato de Frank Gehry, 24 y 25 de febrero de 2016, lo podemos interpretar como un guiño al museo que le alberga y que convirtió a Bilbao en una metrópoli del arte. Todos los personajes, de una manera u otra, atraen como un imán y provocan una reflexión en busca de algo que está más allá de la simple apariencia.
Al comienzo de este artículo hablaba del espíritu metódico de David Hockney, y no hay un ejemplo mejor que el bodegón que completa la exposición, Fruta sobre una banqueta, 6,7 y 8 de marzo de 2014. Uno de sus modelos falló a la cita y como él tenía programado pintar y no quería hacer otra cosa, recurrió a lo más próximo, una naturaleza muerta que la mimetizó en su galería de retratos con la misma gama de color.
Me parece pertinente recordar el estudio que David Hockney realizó durante 1999 para demostrar la relación entre ciencia y arte, y el uso que desde el Renacimiento se ha hecho de la óptica en la pintura y muy especialmente con el retrato. Durante un año Hockney experimentó las posibilidades de la cámara clara en sus retratos, lo que le ayudó a comprender como muchos artistas pintaban a sus modelos y de alguna manera a descubrir alguno de los enigmas de los grandes maestros, El Conocimiento Secreto. Pero para la actual exposición su trabajo ha dejado de un lado la óptica, fotografía y cámara clara, para centrarse en el dibujo de caballete y encontrar nuevas formas de expresión creativa, en esa experiencia de lo cotidiano, que nunca ha sido un arte de concesiones en la obra de Hockney.
82 Retratos y 1 Bodegón
David Hockney
Gugguenheim. Bilbao
25 de Febrero de 2018
- David Hockney: 82 Retratos y 1 Bodegón - - Página principal: Alejandra de Argos -
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- Escrito por Elena Cué
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Cuando conocí a Eric Fischl (Nueva York, 1948), uno de los artistas más representativos de la pintura narrativa estadounidense, inauguraba una exposición en Londres. Entonces hablamos de Bad Boy, su libro de memorias: "todo lo que tenía que decir está ahí". Este compendio revelador hace un recorrido desde su traumática niñez y adolescencia con una madre imaginativa y alcohólica, hasta su evolución artística. Su infancia ineludiblemente marcó su vida, pero también su obra plagada de referencias a ese periodo, sin ser autobiográfica. Como él aclara, "las diferentes escenas no son literalmente escenas de mi vida, son recopilaciones de elementos, pero se guían por lo que conozco y por mis experiencias". Un año después nos reencontramos , esta vez en su estudio-almacén de Nueva York donde me habla sobre su proceso artístico con gran profundidad y claridad, una aguda reflexión sobre qué es el arte.
Autor: Elena Cué
Eric Fischl. Foto: Elena Cué
Cuando conocí a Eric Fischl (Nueva York, 1948), uno de los artistas más representativos de la pintura narrativa estadounidense, inauguraba una exposición en Londres. Entonces hablamos de Bad Boy, su libro de memorias: "todo lo que tenía que decir está ahí". Este compendio revelador hace un recorrido desde su traumática niñez y adolescencia con una madre imaginativa y alcohólica, hasta su evolución artística. Su infancia ineludiblemente marcó su vida, pero también su obra plagada de referencias a ese periodo, sin ser autobiográfica. Como él aclara, "las diferentes escenas no son literalmente escenas de mi vida, son recopilaciones de elementos, pero se guían por lo que conozco y por mis experiencias". Un año después nos reencontramos , esta vez en su estudio-almacén de Nueva York donde me habla sobre su proceso artístico con gran profundidad y claridad, una aguda reflexión sobre qué es el arte.
Bad Boy es el título de su autobiografía. ¿Se considera un chico malo?
No. Es un título irónico, tomado de mi cuadro Bad Boy. En todo caso, es más probable que en él la figura que parezca mala sea la de la mujer. El título de un cuadro es muy importante, pero desde luego no pensé que acabarían calificándome a mí mismo de “chico malo”.
Eric Fischl. Bad Boy
El paso de la abstracción a la figuración se materializó en 1978 con su obra Rowboat cuando encontró el estilo definitivo que le ha acompañado hasta ahora. ¿Qué significó volver a la pintura en un momento en el que la pintura estaba proscrita?
Siempre había querido ser un artista radical, un miembro de la vanguardia. Pero al darme cuenta de que mi talento se expresaba creando imágenes y contando historias, pensé que no era quien yo creía que era. Tomé entonces la decisión de hacer caso de mí mismo y, al hacerlo, me sentí como si fuese a precipitarme en el abismo. Hasta ese momento no creo que lo estuviese haciendo realmente. Me dejaba guiar por todo lo que me influía o me intimidaba en torno a mí, así que fue una maduración.
Y, ¿qué ha aprendido de la pintura figurativa ?
De ella he aprendido que lo que más veo son personas. Veo sus espíritus y sus cuerpos y la relación que hay entre lo interior y lo exterior. En mi opinión, ese es el drama de la vida: lidiar con esa relación entre lo interior y lo exterior. El cuerpo tiene necesidades y deseos, incomodidades y problemas, placer y dolor, y un espíritu dentro de él que intenta comprenderlos y resolverlos. Esto es un desafío continuo que cambia constantemente y que siempre está por resolver.
¿Su arte es más impulsivo o más racional?.
Me gustaría que mi obra fuese más impulsiva, pero yo la calificaría más como intuitiva y asociativa. Sólo se convierte en racional una vez que he determinado aquello con lo que se relaciona. Entonces empieza a tener sentido y un orden comprensible.
Eric Fischl. Self Portrait: An Unfinished Work, 2011.
¿Ha conseguido a través de la pintura figurativa ser más consciente del funcionamiento de sus impulsos inconscientes?
Creo que sí. En el proceso de pintar, o de crear, voy haciendo cosas que creo que sé qué sentido tienen, pero luego veo que no. Sé que hay algo importante en ellas, pero al principio no veo esa conexión ni doy una interpretación de lo que es. Lo inconsciente se expresa, pero no tiene por qué revelarse de inmediato. A veces me ha pasado que la gente ha interpretado mi trabajo de una manera que a mí nunca se me hubiera ocurrido. Siempre pienso en la creación como en un proceso por el que saco fuera algo que tengo dentro. Para el espectador, en cambio, es el proceso de captar algo que está fuera y llevarlo dentro. Ese es el intercambio. Cuando vives la experiencia, te sientes conectado.
La magia del arte...
Esa es la otra cosa asombrosa. Puedes sentirte conectado con alguien que vivió hace 500 años. Sientes como si ellos te vieran y tú los vieses a través de ti, casi como si estuvieran vivos. Como artistas, nuestra labor es recordarnos que somos lo mismo.
Eric Fischl. A Visit to/A Visit From/The Island, 1983.
¿Y lo racional?
El proceso no es racional. Es muy complicado. Solo puedo describirlo diciendo que es como si estuviese hablando conmigo mismo, como un niño que juega con sus juguetes y habla consigo mismo e inventa historias. Luego hay otra parte de mí que no es el niño, sino el adulto que mira al niño jugar con sus juguetes, igual que un padre lo miraría y vería que lo que el niño está expresando es más de lo que él mismo es capaz de entender. A través de la mirada conocedora te das cuenta de que tiene un significado. En mi mente avanzo y retrocedo intentando ser la libertad y el espíritu de un niño que, sencillamente, cuenta historias, y, al mismo tiempo, el adulto que ve que eso contiene un significado y que si no es exactamente el que tiene que ser, no es tan importante. Hay un punto en el cual uno intenta establecer una relación más específica entre la gente, los objetos, el color y la luz. Ese es el proceso de crear un cuadro, de tomar esas decisiones.
Todo esto parece un proceso de psicoanálisis.
Creo que en el psicoanálisis uno busca la verdad, el núcleo de lo que pueda ser su vida. Pero esa verdad es al mismo tiempo arquetípica, o sea, es mi núcleo pero al mismo tiempo el de otro. Cuando estaba pintando los cuadros sobre las corridas de toros, me sentía fascinado por la crisis existencial a la que se enfrentaba el toro.
Habla de la serie «Corrida en Ronda» inspiradas en la Goyesca. ¿Qué recuerda de esta experiencia tan alejada de su cultura?
Fue una experiencia muy compleja, pues se trataba de algo bellamente construido y con un simbolismo perfecto. El animal había vivido una existencia bastante simple hasta el momento de la corrida y, de repente, lo sitúan en un contexto que le resultaba imposible entender. Reacciona entonces instintivamente luchando, intentando escapar, pero al final lo matan. Ver el ritual, los colores, las formas, el poder, la elegancia, la danza, fue inspirador. Es la más intensa de las experiencias, capaz de elevar la estética a un alto nivel de perfección, pero, al mismo tiempo, el momento en el que una vida es destruida. Fue como entrar en contacto con todos mis prejuicios y experiencias culturales, ser testigo de algo que no se podía entender del todo. Una experiencia profunda, poderosa y trágica, maravillosa y bella.
Erich Fischl. Corrida in Ronda #1, 2008.
¿Qué es lo que más le fascinó?
Darme cuenta de que todo lo que creía que la vida significaba para mí cambiaba en un instante y no era capaz de asimilarlo. Esa es la profunda tragedia de la vida, casi imposible de aceptar. Porque uno no está preparado para admitir que nada tiene sentido y que pasamos la vida intentando encontrárselo a algo a lo que no se le puede encontrar. Creo que la verdad es esa.
¿Solo a través del arte se pueden manifestar los tabúes sin sentir vergüenza o culpa?
El arte es un lugar seguro para examinar si los tabúes deberían serlo o si no son más que viejas ideas que ahora ya no tienen sentido. En el arte uno debería poder hacer y decir cualquier cosa. Pero no se examinan los tabúes por simple sensacionalismo, sino para saber lo que se siente con motivo de las infracciones y prohibiciones del tipo que sean. En sí mismo eso es terrorífico, y enfrentarse a ello es todo un reto.
A diferencia de el erotismo icónico del pop usted le pone intriga a los estereotipos del erotismo...
No pienso que mi obra sea erótica sino sexual. Subraya el aspecto psicológico y emocional de la sexualidad. El erotismo tiene que ver con el confort con lo físico, con el contacto, con el poder del deseo, con tu confianza y con cómo afecta todo eso a otra persona; en suma, con dar y obtener placer. Las manos de un artista erótico expresan belleza y una especie de orden que yo nunca he sido capaz de lograr. Siempre me encuentro demasiado nervioso, demasiado inseguro al respecto. Para mí es más complejo; tiene que ver con una perturbación que se produce en esos momentos de conexión. Soy más consciente de la vulnerabilidad que del placer, como por ejemplo qué te podría hacer daño, cómo podrías hacer daño tú, qué podrías echar a perder, y cosas así. En realidad, es algo natural, así que debería ser más fácil.
Eric Fischl. The Travel of Romance; Scene I, 1994.
Dice que sus creaciones representan su verdadero yo. ¿No cree que es la mejor forma de definir el arte?
El arte de calidad, el de alto nivel, sí. Se quiere ver la naturaleza del artista, el centro de su experiencia, y yo me esfuerzo por estar ahí con todas mis inseguridades y pequeños fracasos. En las décadas de 1970 y 1980 hubo un momento en el que me parecía que el mundo del arte avanzaba en la dirección de querer expresar eso más directamente. Es decir, el mundo no como una imagen bonita que se resuelve con facilidad, sino como una lucha. Se tenía la sensación de que lo que interesaba realmente era sentir el drama existencial. Actualmente no me parece que sea eso lo que se quiere. Hoy la gente quiere sensaciones, y eso es algo muy diferente.
"El collage es un constructo artificial que imita como trabaja la mente". ¿Qué quiso decir con ello?
Hace 500 años, los científicos descubrieron una ecuación matemática sobre la manera en que vemos el espacio mediante la perspectiva y un constructo artificial. Consiste en una ecuación matemática, pero cuando lo pintas parece que estás mirando el espacio real por una ventana, y así es como vemos las cosas. Actualmente el collage tiene la misma función en relación con la manera en que pensamos. Son esas piezas que en un determinado momento se juntan para tener más sentido del que tenían antes, cuando no eran más que piezas.
Erich Fischl. Womens' Locker Room, 1982.
¿Cuándo siente que ha finalizado el cuadro?
Cuando ya no lo veo como un cuadro y dejo de hacerme determinadas preguntas. La pintura nunca es perfecta, siempre queda algo que me molesta, pero no sé si cambiarlo la mejorará o solo hará que sea más limpia. En cierta medida, creo que la imperfección es mejor que la perfección. Es más humana, abre las puertas a todo el mundo en el sentido de que yo no soy perfecto, esto no es perfecto, y está bien que sea así.
¿Por qué pensamos que es lo normal?
Lo normal no existe en la realidad, pero supongo que lo que busco es no sentirme aislado, solo, creyendo que hay algo en mí que no está bien o que no encaja. La diferencia es que los artistas saben cómo lidiar con el aislamiento, cómo crear algo que los haga sentirse menos aislados. Eso es el arte. Sufrirías más si no tuvieses una manera de expresar esa sensación o esa conexión que confirma que la gente siente lo mismo que tú. Eso es lo que hace el arte; va al centro de nuestras vidas, es una comunión y nos permite vernos a nosotros mismos.
¿Qué deudas tiene su obra con los grandes pintores europeos?
Se lo debo todo. Aprendí yo solo a ser un pintor figurativo mediante la observación crítica y el estudio. Todavía no tenía la técnica, pero veíacómo construían los dramas, el lenguaje de la interacción humana. Todo esto procede de los europeos. En España he visto la obra de Velázquez, Goya, Zurbarán, Murillo y Ribera. Cuando miro los cuadros de Ribera me pregunto cómo se puede pintar así la carne y conseguir que parezca tan real y poderosa. En gran medida, consiste en extender una base de tonos rojos o tierra, y luego pintar encima y ver el resplandor rojo que brilla a través. En sus cuadros, Ribera pintaba la carne sobre negro, lo cual produce ese instante perfecto entre la vida y la muerte. No hay transición, es esto o aquello; es la poesía en la pintura. También he visto La balsa de la Medusa, uno de los cuadros más grandes de todos los tiempos. La desesperación, el drama yla lucha por conservar la vida a pesar de todo son fantásticos, pues esa es nuestra tragedia. También he visto la obra de Manet. Siempre he tenido sentimientos encontrados en relación con él, en el sentido de que Manet quería extraer el significado más profundo, llevarlo a la superficie y que fuese solo pintura. En su obra hay ironía, usada para reírse de la cualidad existencial de la vida. Es lo que más duro me resulta de él.
Erich Fischl. Rift/Raft, 2016.
"Por primera vez siento que he creado realidad". Esta frase la pronunció cuando creó su primera obra figurativa, ¿Qué quiso decir con ella?
Había creado algo que sentía que no había inventado yo, que no era simplemente producto de mi imaginación o de mi fantasía, sino que sucedía de verdad con gente real y sentimientos reales.
Cuando Donald Trump ganó las elecciones americanas usted fue al estudio a realizar una serie de cuadros con ese motivo, ¿Puede hablarme de ello?
Todos intentábamos averiguar qué estaba pasando en ese momento en que nuestra manera de entender Estados Unidos, de entendernos a nosotros mismos y de entender qué es importante se había esfumado. Empecé a hacer retratos de Trump y de las personas que lo rodeaban. Luego, en determinado momento, empecé a ponerles nariz de payaso. Fue una idea muy simple, nada profunda, pero tenía la sensación de que acabábamos de entrar en una fase de anarquía, y eso es lo que es un payaso. Su función es hacer desaparecer nuestro sentido de la realidad.
Eric Fischl. She says, "Can I help You?" He says, "It can't be Helped.", 2015.
¿Y respecto al arte?
Uno de los hechos importantes que no he sido capaz de aclarar es que, sobre todo en Estados Unidos, hay muchísimo arte que resulta infantil; incluso emplea el lenguaje de los niños, de los dibujos animados y de los juegos de ordenador. Esto te lleva a preguntarte por qué los mejores artistas de un país tan avanzado científica y tecnológicamente se comportan como niños; por qué el arte no llega a un nivel elevado de sofisticación e inteligencia sino que se deja fascinar por las cosas insignificantes. Al mismo tiempo, tenemos a un político como Donald Trump que es también como un niño. ¿Estamos experimentando una regresión? ¿Estamos asustados pensando que el mundo se va a derrumbar y no queremos hacerle frente adoptando actitudes infantiles? En Estados Unidos no tenemos líderes y todo el mundo tiene miedo.
Erich Fischl. Foto: Elena Cué
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- Escrito por Maira Herrero
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El Premio Nobel de Literatura 2001, Vidiadhar Surajprasad Naipaul, más conocido como Vidia nació en la localidad de Chaguanas, cerca de Puerto de España, Trinidad en 1932. De padres hindúes emigró a Inglaterra en 1950 como becario para estudiar literatura en Oxford. Naipaul arrastra consigo un pasado colonial de desarraigo que ha impregnado sus obras, desde sus comienzos en 1957, cuando publica su primera novela El curandero misterioso, a la que siguieron títulos como The suffrage of Elvira (1958) y Miguel Street (1959), hasta que en 1961 publicara Una casa para el señor Biswas, una suerte de biografía novelada muy cercana a la figura de su padre, que representó su primer éxito internacional de crítica y público, al que se unió años más tarde El Enigma de la llegada (1986).
Vidiadhar Surajprasad Naipaul, Premio Nobel de Literatura 2001,
El Premio Nobel de Literatura 2001, Vidiadhar Surajprasad Naipaul, más conocido como Vidia nació en la localidad de Chaguanas, cerca de Puerto de España, Trinidad en 1932. De padres hindúes emigró a Inglaterra en 1950 como becario para estudiar literatura en Oxford. Naipaul arrastra consigo un pasado colonial de desarraigo que ha impregnado sus obras, desde sus comienzos en 1957, cuando publica su primera novela El curandero misterioso, a la que siguieron títulos como The suffrage of Elvira (1958) y Miguel Street (1959), hasta que en 1961 publicara Una casa para el señor Biswas, una suerte de biografía novelada muy cercana a la figura de su padre, que representó su primer éxito internacional de crítica y público, al que se unió años más tarde El Enigma de la llegada (1986). Desde entonces y hasta sus últimas novelas, Half a life, y Semillas mágica, Naipaul ha trabajado en obras de no ficción, ensayos y artículos, y cabe destacar la edición de la correspondencia con su padre. Los ámbitos geográficos que ha diseccionado son variadísimos y recorren paisajes que van desde el mundo antillano que lo vió nacer al de sus antepasados indios. Los países islámicos del continente asiático, han sido los protagonistas de algunos de sus libros más polémicos. A Naipaul se lo ha considerado heredero de Joseph Conrad por su descripción de imperios en decadencia desde la perspectiva del análisis social y de su impacto sobre los seres humanos. Él mismo escribió un ensayo sobre Conrad, publicado en The New York Review of Books en 1974. Fue galardonado, muy merecidamente, con el Premio Nobel de Literatura en 2001, a pesar de la controversia de sus escritos y la radicalidad de sus opiniones en relación con el Islam y los países que se han convertido a esta religión. En el discurso de aceptación se refirió a los dos muros que alimentan su literatura: el hombre soberbio y altivo que expresa rotundamente sus opiniones y el hombre escritor entregado a sus libros que solo es la suma de sus propios libros.
Su reputación como narrador se funda en su memoria para rescatar hechos históricos olvidados e iluminar las peripecias de los perdedores, casi siempre con ironía. Además del Nobel ha recibido numerosos galardones; El Booker en 1971, el T. S. Eliot en 1986, en 1990 la Reina le concedió el título de Caballero del Imperio Británico, y en 1993 recibió el David Cohen a toda su obra. En la biografía autorizada de Patrick French, The world is what it is, se le presenta como un misógino, adultero y cruel con las mujeres. De Mysogynist prick (gilipolla misógino) le ha calificado la escritora neozelandesa Keri Hulme. Sus comentarios sobre la "inferioridad" de cualquier obra salida de la pluma de una mujer le han valido numerosos ataques por parte de colegas y lectores. A pesar de todas estas lindezas nadie puede negar que es uno de los escritores más importantes en lengua inglesa y como dijo Coetzee: "Cuando Naipaul habla, nosotros escuchamos".
Siempre camina entre dos aguas para conseguir que la ficción se confunda con la realidad debido a que utiliza sus propias experiencias como material de trabajo, pero siempre dejando a un lado deliberadamente todo aquello que no le interesa.
El enigma de la llegada, (1987)
Un escritor antillano, ya afincado desde hace años en Inglaterra, solitario y en crisis existencial elige un lugar para vivir en el sur de Inglaterra, en las tierras altas de Wiltshire, cerca de Salisbury, rodeado por los restos arqueológicos más imponentes que existen en la isla: Stonehenge y Avebury, como parte de un mundo anclado en esos restos milenarios. Toda la novela está escrita en tono autobiográfico, en el tránsito de una cultura a otra, de un mundo conocido a otro por descubrir. El exilio como un regreso, y donde el narrador se desdobla en una dualidad que deja al descubierto la idea “del otro”. Unas veces, es él mismo como escritor y otras, es el cuentista de la historia, su escritura parece abandonar a menudo su yo para encontrar otro yo que se describe así mismo y al mundo circundante. También utiliza “al otro” en este mismo sentido en pasajes como: descubrí que se tomaba a sí mismo muy en serio, que su persona le inspiraba una especie de respeto, daba la impresión que se observaba así mismo… Educado en Inglaterra, a donde llegó lleno de sueños, escapando de la estrechez de horizontes de su tierra natal, comienza una nueva vida en un mundo ajeno al de su niñez donde parte de esa insólita naturaleza ha sido construida por el hombre.
En ese lugar ancestral irá desvelando el enigma del mundo que va a descubrir, encajando todos los recuerdos de sus otras vidas. El origen de las cosas y la disolución sin comienzo y sin fin.
Es un relato metafísico en cuanto a su descripción del paisaje y el tiempo. Trasciende el lugar, porque unas veces lo ve desde la altura; más allá de la vista de pájaro, más allá de cualquier mirada humana, ausente de atmosfera (casi como si fuera un extraterrestre) y allí aparecen como suspendido en el aire y sujetos por la tierra, los valles, las colinas, las verdes planicies, los riachuelos y los imponente restos arqueológicos de Stonehenge; para luego bajar a lo más insignificante, al borde del camino, al vuelo de la mariposa, al arado abandonado, a la basura olvidada, al insignificante ser humano que camina por los senderos. Y ese mundo verde, brumoso y complejo se refleja en el mundo de sus recuerdos, de su infancia, que es luminosa y sencilla, sin el más mínimo vestigio de un pasado megalítico, sin la complejidad de la prehistoria y la historia. Y esa contraposición, entre un mundo y otro, rompe el tiempo como una suerte de plegamiento. No es el presente y el pasado, son los dos mirándose y complementándose. Es la acumulación de vida.
El tiempo como continuo devenir, como algo cambiante y transformador, pero que siempre guarda en su memoria un pasado ancestral. Todo está supeditado a la decadencia, inexorablemente abocado al deterioro. El imposible afán de los hombres por construir y mantener con esfuerzo titánico sus obras: labrar los campos, diseñar jardines, construir graneros, levantar casas solariegas… pero al final, antes o después, la ruina lo alcanzará todo porque el tiempo va borrando las obras de los hombres y creando otras nuevas. Pero el deterioro es lento y bello y hay tanta belleza en lo que la naturaleza y el tiempo devoran como en el esplendor de la creación y la conservación.
Todos los personajes que habitan en la casa solariega y alrededores tienen una función vinculada a la tierra. Tienen que mantener, cuidar y conservar aquello que previamente el hombre ha construido. Unos lo harán con mejor fortuna que otros, pero una vez que su trabajo no sirva desaparecerán, salvo Jack el personaje misterioso, del que Naipaul, al final del libro nos dirá que escribirá sobre él y su jardín. La novela va desvelando los personajes con la exactitud de un cirujano, esos personajes miméticos con el paisaje, con la tierra, y desvalidos en su precariedad, en su soledad, en su oscuridad, en sus comportamientos. El físico, el tono de sus voces, de sus gestos y la formas de vestir son la antesala de su alma, nada es gratuito en su escritura, sus ojos lo registran todo, da rienda suelta a su percepción visual para convertirla en actividad cognitiva.
La profundidad de sus ideas y la belleza de su lenguaje hacen que El enigma de la llegada sea una de las obras literarias de mayor calidad que haya leído en los últimos tiempos. Cuidadoso con el lenguaje y atento a cualquier invención del mismo o a su utilización con diferente significado enriquecen su texto hasta la extenuación. La claridad y frescura es tanta que por mucho que se extienda en sus descripciones nunca deja de retener la atención del lector. Creo que estamos ante una novela que ha sido capaz de llevar la literatura actual a la vanguardia del siglo XXI a base de repetir una y otra vez siempre lo mismo y siempre distinto desde procedimientos renovados, creando un nuevo lenguaje visual. La observación supra sensorial del mundo visible e invisible, ponen en evidencia una memoria eidética capaz de recordar los detalles de manera muy precisa.
Son tantos los temas que referencia que la lista puede ser interminable, pero de manera intuitiva prácticamente todos han sido mencionados en estas notas sobre Naipaul y su novela. El viaje, el libro dentro del libro, el desarraigo, la soledad, la religión como parte de la magia, las diferencias sociales, la muerte… Sólo hay una cosa que me sorprende en esta infinita lista de asuntos que trata, no existen referencias al amor entre humanos, son simples relaciones que van y vienen. Una vez más, coloca a las mujeres en una posición de inestabilidad, estridencia e insensibilidad que evidencian su falta de empatía con el sexo femenino. Naipaul parece equiparar el oficio de escritor al del jardinero, taxista, o guardés, ellos son sus colegas con la distancia exacta para crear la atmosfera adecuada.
La tendencia del autor a narrar su experiencia como sustrayéndola a cualquier particularidad de espacio y de tiempo, y por tanto practicando sobre ella la reducción fenomenológica que la lleva al nivel de las "esencias", que se le muestran a él como algo puramente ideal, ilusorio, imposible. De modo que piensa, como Heidegger, que no hay esencias sino sujetas a los cambios espacio-temporales, y que, por tanto, no hay ser sino en el tiempo. Ser concreto, experiencia particular, lenguaje y reflexión individual.
“Había vivido con la idea del cambio, lo había visto como una constante, había visto el mundo como un continuo fluir, la vida humana como una serie de ciclos que a veces discurren juntos. La tierra participa de lo que respiramos en ella, le afectan nuestros estados de ánimo y nuestros recuerdos”.
Para Naipaul el lugar y el tiempo forman dos terceras partes de su vida, la otra es su carácter, y las tres están vinculadas a su biografía, donde el lugar es el origen.
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- Escrito por Elena Cué
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Con un calido recibimiento nos abre las puerta de su casa en el West Village de Nueva York, uno de los pintores más notables de la escena artística estadounidense. Frank Stella (Massachusetts, EEUU, 1936), precursor del minimalismo cuando el expresionismo abstracto lideraba el panorama artístico, me enseña la maqueta de las salas del museo donde se distribuiran las 300 obras que, desde finales de los años 50 hasta hoy, componen su próxima exposición. Con el recuerdo todavía presente de la gran retrospectiva con la que el Whitney Museum de Nueva York le homenajeo, es ahora el NSU Art Museum Fort Lauderdale de Florida el que inaugurá, este 12 de Noviembre, una muestra que abarca 60 años de su carrera. El artista me invita a subir en ascensor a la segunda planta donde tras preparar un café evocamos su vida y trayectoria.
Autor: Elena Cué
Frank Stella en su casa del West Village, Manhattan. Foto: Elena Cué
Con un calido recibimiento nos abre las puerta de su casa en el West Village de Nueva York, uno de los pintores más notables de la escena artística estadounidense. Frank Stella (Massachusetts, EEUU, 1936), precursor del minimalismo cuando el expresionismo abstracto lideraba el panorama artístico, me enseña la maqueta de las salas del museo donde se distribuiran las 300 obras que, desde finales de los años 50 hasta hoy, componen su próxima exposición. Con el recuerdo todavía presente de la gran retrospectiva con la que el Whitney Museum de Nueva York le homenajeo, es ahora el NSU Art Museum Fort Lauderdale de Florida el que inaugurá, este 12 de Noviembre, una muestra que abarca 60 años de su carrera. El artista me invita a subir en ascensor a la segunda planta donde tras preparar un café evocamos su vida y trayectoria.
Nació entre dos guerras mundiales en el seno de una familia de inmigrantes italianos. ¿Qué recuerdos guarda de esa época?
Tengo algunos recuerdos muy grabados debido a la guerra, pero sobre todo recuerdo la época inmediatamente posterior, cuando lo más importante era la destrucción y la reconstrucción de Europa y de Estados Unidos. Fue un periodo muy dinámico, en el que todo ocurría muy deprisa. Había mucho crecimiento real y un optimismo increíble que nadie había visto hasta entonces. Era asombroso. En cierto modo fue una época muy feliz, todo el mundo se alegraba tanto de que la guerra hubiese acabado que se generó una especie de ímpetu para seguir adelante.
¿Cómo fueron los comienzos de su vida artística a finales de los años 50, cuando llenaban el panorama artístico Jackson Pollock, Jasper Johns, Robert Rauschenberg...?
Todo era muy activo, pero, al mismo tiempo, muy relajado. Se estaba produciendo un gran cambio, no solo en el mundo del arte, sino en general. Yo era solamente uno de los muchos artistas jóvenes. Creo que, en parte debido a la guerra, muchos artistas europeos llegaron a Estados Unidos a finales de la década de 1930, y los artistas estadounidenses que había aquí se beneficiaron de ello. En mis comienzos los expresionistas abstractos eran un poco mayores. Luego hubo toda una generación de artistas más jóvenes que recibieron apoyo del Gobierno por un procedimiento curioso llamado la Ley del Soldado, para que los soldados desmovilizados de la Segunda Guerra Mundial pudiesen reemprender su vida. Los estadounidenses pudieron estudiar en Europa financiados por el Gobierno, lo cual dio lugar a la aparición de un grupo de artistas. El resultado fue una combinación de artistas europeos que venían aquí y estadounidenses que iban a Europa y luego volvían. Había mucha actividad, y gran parte de ella era muy relajada porque la gente se limitaba a hacer cosas con el dinero que tenía. Casi todo el mundo podía conseguir un espacio en el que trabajar, y además tener suficiente trabajo para seguir creando arte. Había posibilidades de exponer, lo que suponía dar a conocer tu obra, y eso es lo que de verdad importa a los artistas. Les gusta que les paguen por su trabajo, pero lo que realmente quieren es que se vea su obra.
En esta década, cuando en la esfera artística predominaba el expresionismo abstracto que muestra tan profundamente lo emocional, usted se decanta por un arte más formalista...
Creo que hay un ligero malentendido. Se dijo que mis cuadros no eran tan emotivos, pero lo único que pretendían era crear una sensación de organización, de construir una estructura a partir de la cual sintieses que podías trabajar. Pero a mí me gusta el caos. En cierta manera, intentaba descubrir qué había bajo el caos. Y es que el caos de la expresión abstracta es muy poderoso. Creo que, hasta cierto punto, es fácil ver que, bajo un estilo pictórico que en Estados Unidos parecía tan salvaje, lo que había era la estructura de la pintura europea hasta finales de la década de 1930, básicamente el cubismo y el surrealismo.
De sus comienzos son conocidos sus Black paintings. ¿Qué ve en ellos ahora ?
Veo dos cosas, dos maneras de pintar: los cuadros inmediatamente anteriores a los negros, que son una especie de negros y muchas otras cosas, y por otra parte, veo que algo sucedió y decidí pintar de una manera un poco más simétrica y organizada. Se compone fundamentalmente de dos partes: una que es en gran medida una versión del expresionismo abstracto, y luego está la otra, que es más firme y organizada.
De la ausencia de color de las pinturas negras, va dejando paso a la introducción del color en los años 60, hasta posteriormente llegar a la fluorescencia...
Creo que era inevitable. Mi padre fue el primero en decir, "el color vende". Casi cualquier marchante de arte del mundo te dará el mismo consejo. A veces los críticos son incluso más infantiles que los artistas con ideas como que en un momento determinado no hay ningún sitio donde ir ahora, que todo es negro. Quizá lo repito demasiado a menudo, pero creo que si proyectásemos mi trayectoria hacia atrás, o sea, si empezásemos a partir de ahora, retrocediésemos, y acabásemos con las pinturas negras, me parece que la gente estaría mucho más contenta.
La serie Irregular Polygons (años 60) marcó un punto de inflexión en su obra. ¿Podría explicar por qué fue tan importante?
Como en todo, siempre hay una gran parte generada por accidente. En general, la pintura abstracta, que era lo que yo quería hacer, se expresa en buena medida en relación con algo que empezó con Mondrian y Malevich y que es, básicamente, una forma de pintura geométrica. La idea de fondo era que tenías una superficie uniforme y trazabas un motivo geométrico, pero los motivos geométricos generalmente dividían el espacio. Yo buscaba algo que siguiese siendo una especie de geometría, pero más dinámica o fluida, y entonces algo sucedió por accidente. Me concentré en una pintura muy conocida de Malevich que me llamó la atención. Consiste en un fondo blanco con un rectángulo negro, y tiene sencillamente un triángulo azul encima del rectángulo. Le di vueltas, y de repente se me ocurrió que lo interesante era que lo que hacían la mayoría de las pinturas geométricas era poner un elemento encima de otro, y lo que yo buscaba era lograr que el triángulo penetrase el rectángulo de manera que lo rodease, y hacer un lienzo con forma. Era como eliminar el fondo de Mondrian y permitir que el triángulo y el rectángulo negro existiesen en el mismo plano. Es decir, era una manera algo diferente de ver la geometría, pero a mí me parecía más dinámica y estimulante, y me ofrecía muchas posibilidades. Todo es culpa de Malevich.
Frank Stella. Irregular Polygons: “Ossipee II” (1966), “Chocorua IV” (1966), “Effingham IV” (1966) y “Moultonville I”I (1966)
Y en l970, a sus 33 años, el MoMa presenta su primera retrospectiva, y su último reconocimiento ha sido la Medalla Nacional de las Artes concedida por el Presidente Barack Obama. ¿Cómo le afectan estos reconocimientos en su vida y en su obra?
He tenido la fortuna de vivir muchos años. En cierto modo no lo pensé demasiado. Fue muy emocionante, pero yo no era más que uno de los muchos artistas relativamente jóvenes que tenían una carrera apasionante y que habían logrado el éxito. Todos trabajábamos mucho, circulaban muchas ideas y pasaban muchas cosas. Al fin y al cabo, al mismo tiempo que se celebraba mi exposición se estaba haciendo pintura de campos de color, arte pop, estaba la segunda generación del expresionismo abstracto, y eso por no hablar de lo que estaba pasando en la escultura, con gente como Michael Heizer, Richard Serra y Chamberlain. Así que estaban pasando tantas cosas que nunca me sentí aparte; me sentí parte de ello.
Sus series Moby Dick parecen una obsesión pues dedicó a ellas 10 años intermitentes. ¿Qué le impactó tanto de este libro de Melville?
En parte no quería hacerlo, pero me resultaba muy atractivo principalmente por una razón. Por encima y más allá del poder y la belleza de la narración y el increíble lenguaje de Melville, la historia habla de recorrer el mundo, de viajar, y para mí en eso había algo que parecía que te permitía una increíble clase de libertad. Puedes tomarte mucho tiempo y no todo tiene que ser lo mismo. Eso permitía introducir diferentes ideas y diferentes maneras de pensar en las cosas. Tenía un final muy abierto y, al mismo tiempo, te daba una estructura o un guión con el que trabajar.
"¡Qué Dios acabe con nosotros, si nosotros no acabamos con Moby Dick!". ¿Cuál ha sido su batalla imposible?
No creo que haya tenido ninguna. En nuestra época, los artistas consideran que libran una batalla enorme contra la dificultad de hacer arte, pero esto no siempre ha sido verdad. Yo crecí de manera muy convencional, en una familia ítalo-americana católica, y nunca me preocupé por Dios. De hecho, cuando me hice mayor, me gustaba Dios porque tenía muy buen gusto para el arte, al menos en Italia. Me pareció que era una figura afín.
En un momento de su carrera crece su interés por la escultura y la arquitectura. ¿El estimulo de estas disciplinas fue en detrimento de la pintura?
No es exactamente en detrimento de la pintura. Utilizando el Renacimiento como referencia, casi todos los que hacían arte también eran capaces de hacer arquitectura y escultura. Me refiero a que puedes componer música y también tocar el piano o el saxofón. Pero tengo que decir que, cuando era joven, la arquitectura me influyó. Frank Lloyd Wright fue una gran influencia. En la ciudad en la que crecí teníamos una biblioteca muy buena de H.H. Richardson, un famoso arquitecto estadounidense del siglo XIX que había desarrollado una especie de románico en Estados Unidos.
¿A qué se debe el barroquismo de los últimos años?
Supongo que es un cambio. Durante un tiempo fue minimalismo, y luego maximalismo. Como se suele decir, uno echa el resto, o casi. Es más fácil añadir ingredientes, pero no es demasiado programático. La cuestión es cómo se interrelacionan las cosas y lo que la idea invita a pensar. A veces me resulta un problema y me va mejor cuando elimino cosas que cuando añado otras.
¿Cree que ha cambiado el arte desde Chauvet, Lascaux o Altamira?
Ha cambiado, pero me gusta el arte prehistórico porque es muy directo. La gran idea fue representar lo que veías. Lo importante era la observación. Se dicen muchas cosas acerca de la magia y el misterio, pero creo que son erróneas. Ellos no sabían nada del desarrollo del arte. Intentaban representar y convivir con lo que veían. Podrían haber pintado muchas representaciones de plantas o de árboles, por ejemplo, pero en vez de eso las hicieron de animales porque eran una parte muy importante de su vida.
¿Cómo ve el arte actual?
Es una versión interesante de lo que pasó en la década de 1960. Es un poco complicado porque hay más artistas y más oportunidades que nunca. Desde un punto de vista no demasiado positivo, se podría decir que se ha expandido, pero ¿son mejores las creaciones? No sé si es lealtad a mi generación, o la manera en que he madurado, pero no veo que la calidad del arte haya experimentado un desarrollo espectacular.
Frank Stella. Foto: Elena Cué
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- Escrito por Elena Cué
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El filósofo Fernando Savater (San Sebastián, 1947) es epítome del valor cívico mostrado durante décadas frente a los terroristas y es más necesaria que nunca su visión de la ética pública. "La verdad que estoy agobiado con esto de Cataluña, siempre nos llaman a los mismos. Parece que no haya nadie en España que quiera hablar de estas cosas, del extranjero también. Estoy un poco harto de repetir lo mismo y agobiado de llamadas pero empecemos...", dice el filósofo. Hizo su tesis doctoral sobre Cioran, ¿qué le resultó tan atrayente en su juventud de este pensador tan pesimista y tan alejado de su pensamiento posterior, abiertamente vitalista y positivo? Yo he sido vitalista, precisamente porque mi fondo ha sido pesimista.
Autor: Elena Cué
El filósofo Fernando Savater (San Sebastián, 1947) es epítome del valor cívico mostrado durante décadas frente a los terroristas y es más necesaria que nunca su visión de la ética pública.
"La verdad que estoy agobiado con esto de Cataluña, siempre nos llaman a los mismos. Parece que no haya nadie en España que quiera hablar de estas cosas, del extranjero también. Estoy un poco harto de repetir lo mismo y agobiado de llamadas pero empecemos...", dice el filósofo.
Hizo su tesis doctoral sobre Cioran, ¿qué le resultó tan atrayente en su juventud de este pensador tan pesimista y tan alejado de su pensamiento posterior, abiertamente vitalista y positivo?
Yo he sido vitalista, precisamente porque mi fondo ha sido pesimista. Pero un pesimista activo, porque los optimistas son aquellos que creen que las cosas se van a resolver solas, o que se van a resolver con el tiempo, o que alguien vendrá por ahí y ya las resolverán por ellos … Yo no abogo por nada de eso, sino que creo que todo, si se deja sólo, va a empeorar. Por eso me considero, más bien, un pesimista de la acción.
En este sentido, Cioran me gustó por su estilo, por su tipo de pensamiento. A mí siempre me han gustado los pensadores que están un poco fronterizos entre la literatura y el pensamiento, como un Nietzsche, como un Borges. Cioran encaja en esta línea, la de los moralistas franceses, etc. Un humor más bien negro, sí, pero con un gran sentido del humor. Piensa que hay una gran diferencia entre las primeras obras del Cioran joven, más místicas y escritas todavía en rumano, y aquellas últimas de su periodo de madurez en París, que están llenas de humor.
En relación a ese pesimismo activo escribió Nihilismo y acción, que trata de la pérdida de valores que produce el vacío, ¿cree que la sociedad es activa a este respecto?
La sociedad no es activa. Existen personas que son activas, que piensan, que hacen cosas, y otras que no. Lo que existen son seres humanos. Los colectivos son invenciones abstractas y los seres humanos también. Lo que hay en el mundo son personas, y unas piensan y otras menos, y actúan, o se dejan actuar. Pero la sociedad no hace nada
¿Qué le parece entonces la manifestación del pasado domingo?
A mí me animó mucho, la verdad. Ha sido uno de los pocos acontecimientos que lo ha hecho. Desgraciadamente en España tenemos pocas cosas de las que alegrarnos desde el plano colectivo. Esto y el discurso del Rey fueron dos hitos muy positivos, memorables, que nos recuerdan que aquí no todo está perdido, no todo está muerto o abandonado. Ojalá tengamos otras muestras más de este espíritu de unidad y a la vez de demostración de patriotismo. Porque lo vamos a necesitar.
Su novela El jardín de las dudas, trata del polémico e irónico Voltaire al que admira tanto. ¿Ha aprendido de él su talante irónico?
Estas cosas vienen de fábrica. Irónico, quizá, por lo menos bromista. Yo siempre he comprendido la tarea intelectual como una tarea humorística. Hace ya muchos años leí una frase de Bernard Shaw que decía eso: “Toda tarea intelectual es una tarea humorística”. A mí eso me pareció que eso hablaba de mí.
Claro, no es que Voltaire quisiera ser gracioso, porque precisamente lo que él buscaba era el humor como instrumento pedagógico. A la gente se la convence más y escucha mejor cuando la diviertes. Si tú aburres a la gente, la gente no te escucha. Entonces, si tú eres un pedagogo, lo que tienes que intentar es que la gente te escuche, y para eso necesitas ser divertido, tener humor, aunque tú no tengas ningunas ganas de reírte.
Alguien dijo que "se mata mejor con la risa que con la cólera". ¿Al igual que Voltaire, ha utilizado la risa en alguna ocasión de manera despiadada?
No. Mi risa no suele ser cruel. A veces es sarcástica, a veces puede ser agresiva en ocasiones, porque la he utilizado como instrumento contra los adversarios en sentido político, como hacía también Voltaire. Eso sí. Pero despiadada, en el sentido de burlarse o reírse de algún tipo de desgracia, no recuerdo haberlo hecho.
¿Qué cree que estamos perdiendo al prestar tan poca antención en la educación a la formación humanísitica?
A mí me parece que una sociedad, una comunidad o un grupo humano que abandona la educación está de alguna manera suicidándose. La educación es la forma de perpetuar aquello que nosotros queremos, aquello que nosotros preferimos respecto de nuestros valores, de nuestras ideas, de nuestros conocimientos. Dejar eso al azar, dejarlo simplemente a una pequeña minoría y a la mayoría privarla del acceso a la educación, es algo que a la larga se paga. Lo estamos viendo, ¿no? La ignorancia de lo que es la ciudadania, de lo que es un país etc... en España llama la atención. Países tan atrasados en ciudadanía como en España no abundan en Europa.
¿Y qué medidas cree que habría que tomar en la mejora de la educación?
Desde luego lo primero que habría que hacer en Cataluña es tomar cartas en la educación. Lo que no puede ser es que en un país haya diecisiete formas de educar diferentes, diecisiete historias diferentes del país, diecisiete ideologías distintas, etc. El Estado debería recuperar las competencias educativas, que se han repartido con demasiada alegría por el resto de las Comunidades, y luego además, en sitio como Cataluña o País Vasco, hay que recuperar también el control sobre los medios de comunicación públicos. En Cataluña, TV3 o Catalunya Radio son perjudiciales y manipuladores de la opinión, sobre todo de las mentes de los más jóvenes. Eso naturalmente también hay que cuidarlo, porque educar no sólo educan los maestros, sino que lo hacen muchos más medios.
A su modo de ver, ¿qué es lo más preocupante en la deriva del independentismo catalán?
El hecho de que haya un grupo de facinerosos que se apoderan de una parte de lo que es de todos, o que intentan apoderarse. Que inventan un discurso totalmente falsario de lo que es la democracia en la comunidad; que pretenden romper y proclamar una República independiente… Son cosas que, digamos, no van a conseguir, pero que tienen un eco y que va a causar unos trastornos, sobre todo porque hay mucha gente joven que se ve engañada, frustrada por ese tipo de cosas.
¿Qué opina de la comparecencia del President Puigdemont este martes pasado en el Parlamento catalán?
Pues ya lo ves. El President es un señor que no tiene ningún tipo de autoridad ni para proclamar una República catalana, ni para afirmar que la Tierra es plana. El problema es que, como no se interviene, Puigdemont debería estar en la cárcel ya desde hace bastante tiempo. Pero como sigue suelto, sigue haciendo de las suyas. Lo que no sé es hasta cuándo se le va a dejar hacer cosas delictivas, cuándo se va a intervenir por fin y cortar toda esta broma.
¿Y cómo ve el futuro de Cataluña?
Mal. Lo veo mal. No tengo una bola de cristal. Yo además nunca me he preguntado qué va a pasar, sino qué vamos a hacer. Pasarán todas las cosas malas, si no sabemos atajarlas. Para eso estamos los pesimistas activos, porque creemos que hay que hacer cosas para que no pase lo peor.
¿Para ser un individuo ético hace falta ser valiente?
Es inevitable. Ya todos los maestros morales de los clásicos antiguos indican que cualquier virtud sin coraje no sirve para nada. Esas personas que dicen “Fulanito es muy bueno”, lo dicen si uno es muy pusilánime. Eso no sirve para nada, ni para uno ni para los demás. El coraje es la primera virtud. Fíjate que la palabra ‘virtud’ viene de vir, de la fuerza del guerrero, de la fuerza viril. Las virtudes son armas, y ningun arma sirva para algo si está en manos de un cobarde.
Yo creo que el coraje es imprescindible. No hace falta que sea un coraje bélico, pero desde luego sí un coraje para defender lo que uno cree, lo que uno piensa y lo que uno quiere ser. Sin eso, no hay virtud ninguno.
A lo largo de su vida su pensamiento ha experimentado cambios, ¿podría hablarme del más significativo?
Cambios he tenido mucho. Pensar es cambiar de forma de pensar, porque uno vive, tiene experiencias, lee libros, conoce países y personas, sufre desgracias y alegrías, etc. Todo eso le va modificando a uno. Alguien que frente a todas esas circunstancias siguiera pensando siempre lo mismo sería incoherente, como esa gente que dice: “¡Yo pienso lo mismo que a los diecisiete años!” Pues sería indudable que ahora ni a lo diecisiete años pensaba nunca nada. Se le mete en la cabeza y cree que eso es una idea, pero no.
Las personas que piensan cambian de forma de pensar. Además, si uno se dedica profesionalmente –por decirlo de algún modo– al tema de las ideas, etc., pues va evolucionando, claro, y va pasando de algunos ardores juveniles a una visión, no menos apasionada, pero sí más sosegada en las formas. Pero es que, además, yo siempre he pensado el mundo en el que vivía en ese momento. Yo nací en una dictadura, viví en una dictadura casi hasta los treinta años y, en fin, luego una democracia, el tema del terrorismo, y finalmente todas estas circunstancias, aparte de que cambio yo la forma de pensar, cambian el mundo a mi alrededor.
¿Y alguno en particular?
Quizá el cambio mayor, si se puede decir alguno, ha sido un cambio de tonalidad. Yo siempre he pensado hasta hace poco –hasta que perdí a mi mujer– desde la alegría, y ahora para mí lo nuevo es pensar desde la tristeza, que es algo que cambia el color del pensamiento.
Su especialización y su docencia se han referido fundamentalmente a la ética. ¿Cuáles son los principios morales que rigen su vida?
Yo, como casi todo el mundo, tengo unos principios, y luego me las arreglo como puedo… Y a veces hago cosas que van en contra de mis principios, como todos los seres humanos. Pero creo, en fin, que hay cosas que sí son fundamentales. Por decirlo de una manera sucinta: hay que tener coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir. Esas son las tres virtudes fundamentales.